Una bolsa de dormir, una carpa, un par de baterías portátiles para el celular, algo de comida y dos mudas de ropa son todo el equipo con el que Guillermo Ovejero, un trabajador gráfico de la localidad de Santa Clara del Mar, salió a la ruta a pié, con el objetivo de llegar a la Casa Rosada y contar el dolor que le provoca que el automovilista condenado por atropellar y matar a su único hijo varón, «no haya pasado un solo día preso».

Después de analizarlo durante meses y sin mucho más entrenamiento que una caminata de 40 kilómetros ida y vuelta entre su ciudad y Mar del Plata, Ovejero decidió que era hora de encarar la marcha en solitario hacia Balcarce 50, con la esperanza de completar el trayecto en unos diez días y poder contarle su historia al presidente, Alberto Fernández, o «a quien atienda en la entrada».

Su historia, explicó el hombre a Télam mientras avanzaba entre las localidades de Maipú y General Guido, arrancó el 27 de julio de 2017, cuando un conductor identificado como Pablo Pérez embistió la moto en la que viajaba por la ruta 11 Martín Ovejero, su hijo, de 22 años.

Algo más de dos años después del siniestro, en octubre de 2019, Pérez fue condenado por el Juzgado Correccional 1 marplatense, a cargo de Jorgelina Camadro, a la pena de cuatro años y medio de prisión, por el delito de «homicidio culposo agravado», y el padre de la víctima ha cuestionado desde entonces el fallo.

Ovejero apunta sus cuestionamientos al fiscal original de la causa, Pablo Cistoldi, por no pedir un cambio de calificación a «homicidio simple con dolo eventual», y a los miembros de la Cámara de Apelaciones marplatense, porque «hasta que el fallo no esté firme, Pérez sigue libre».

«El asesino de mi hijo no pasó un día preso. Nosotros seguimos esperando. Y a mí no me entra en la cabeza que si robás una vaca terminás en Batán, pero si cruzás una rotonda a mil por hora y matás a un joven, padre de un nene, andás por la calle como si nada», señaló.

Con el objetivo de que su reclamo se amplificara fue que Ovejero se calzó la mochila y encaró finalmente la ruta 2 por la banquina el último martes, con una bandera con el rostro de su hijo, mientras el sol y la bruma del amanecer borroneaban el horizonte.

El primer día, cumplió el objetivo pautado con una profesora de gimnasia amiga que lo ayudó en la preparación y anduvo 50 kilómetros seguidos, con paradas breves cada una hora, «para levantar las piernas y elongar, porque sino no llegás».

Cuando anocheció, acampó junto al puesto caminero de la Policía provincial de Coronel Vidal, donde cargó las baterías y el celular, y al día siguiente repitió la dinámica, y también al otro, y a casi 100 horas de haber salido de Santa Clara, avanzaba desde Maipú, con Guido y luego Dolores como mojones marcados en su propio GPS mental.

«Los primeros días me levantaba a las 5. Pero fui regulando. Si quiero llegar, tengo que bajar el ritmo, no soy un pibe. Duermo un poco más y trato de hacer 30 o 40 kilómetros. Por ahora vengo bien, aunque noto el cansancio. Me ayuda la gente, y me van entrevistando los canales de los pueblos. Me ofrecieron un garage con un colchón, o una casilla rodante; son más cómodos que la bolsa en la carpa», relató el hombre de 54 años a Télam.

Las horas de caminata, explicó, las pasa prestando atención a no lesionarse, a «no acelerar para evitar la transpiración y regular la temperatura», y a pensar en su hijo y en «en el día que, como padre, pueda empezar el duelo».

«Creo que necesitaba esto. Caminar horas y horas y pensar, solo, en medio de la nada. Pienso en las barbaridades que me han sucedido, en lo horrendo de la Justicia, en cómo extraño a Tincho. Ha sido todo una tortura; soportar que un fiscal haga lo que quiera. Y mi esperanza es que al menos esto se sepa, y sirva para algo. Que le sirva a otros, y al menos poder dormir de corrido después de más de mil días», aseguró.

Su travesía de 400 kilómetros «no está motivada por la bronca», sino por «el dolor por la muerte de un hijo», y por el objetivo íntimo de «aprender a vivir sin él».

«Quiero llegar a la Casa Rosada. Si llego, golpeo la puerta, y si me atienden, me vuelvo. Y sino también: no voy a hacer ningún lío. Si puedo hablar con el Presidente, mejor. De persona a persona. Soy un ciudadano que no tiene problemas con nadie, ni siquiera con Pérez. Mi problema es con la Justicia», aseguró.

Hasta el momento, logró cumplir su hoja de ruta, con el monitoreo constante de su familia por celular, y aclaró que andará «mientras el cuerpo aguante», y acompañe el clima: «No ando de noche, y si llueve, paro».

«A veces me confundo un poco y no sé si pasó un día o dos», admitió, y el dato no es menor, porque cada 48 horas tiene que renovar el permiso para circular en medio de la pandemia: «Sin el permiso, no avanzo. Yo no salí a discutir ni pelearme con nadie». (Télam


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