Por Daniel Sinopoli, director del Departamento de Ciencias Sociales y Humanidades de Universidad Argentina de la Empresa (UADE).

Son dos perspectivas bien distintas. Por un lado, la de la tradicional evocación de esas mañanas del 9 de julio o del 17 de agosto en que la familia despertaba temprano y, luego del desayuno, hacía los últimos preparativos para emprender la caminata a la escuela, vestida de fiesta y aromas de mate cocido, pastelitos fritos y corcho quemado para maquillar a los que hicieran de mulatos.

La otra perspectiva también incluye preparativos pero con distinto objetivo y velocidad: en la tarde del 8 o del 16, la premisa es organizar equipajes y salir raudamente con el auto para evitar las caravanas; allí adelante espera el descanso que, gracias a un día puente o al traslado a viernes o lunes – tal como sucederá por ejemplo con el 17 de agosto o el 12 de octubre – podrá extenderse por cuatro días.

Los planes de aprovechamiento del tiempo libre para turismo y otras actividades no laborales se vio favorecido en las últimas dos décadas por la ampliación oficial de los días no laborables, con Malvinas, Memoria, Güemes, Soberanía y más días para Carnaval. Sin prejuicio de la legitimidad de estas celebraciones, lo cierto es que la Argentina, según un reciente informe, está cuarto entre los países con más feriados, lista en la que llamativamente no se ubica país alguno del continente americano: primero, Irán con 28 feriados; luego, Sri Lanka, con 25; en tercer lugar, Camboya, con 23; y Argentina, con 20 (número que incluye el día del censo).

A esta altura conviene recordar qué son los feriados nacionales. Se denomina así a las conmemoraciones o fiestas históricas o religiosas establecidas legalmente. Es decir, no son por definición días para descanso o recuperación mental y física del que trabaja, como las vacaciones o las escapadas, aunque en general se utilicen de este modo. Sin embargo, es difícil objetar la necesidad de que el turismo y los trabajadores de ese sector sean apoyados y promovidos, especialmente en un país que necesita inversiones, inyección de dinero extranjero y activar sus industrias.

Un tercio del total de dinero que se mueve hoy en transacciones digitales corresponde a la venta de pasajes y alojamientos. Hasta los sectores con menos ingresos invierten en el rubro, claro que en menor proporción a las clases altas.

El fenómeno es planetario y su fuerte tendencia reviste un profundo cambio cultural. En las últimas décadas el viaje se ha transformado en un objeto de exhibición, las redes sociales dan cuenta de ello. Las propuestas se amplían y diversifican y ya no enfocan solamente en esos «15 días por año» en el mar o en las sierras.

En la bella Argentina necesitada de trabajo, producción e ingresos, el negocio del turismo es clave; en un calendario de feriados altamente favorable, aprovecha el impulso del anhelo de ingentes cantidades de residentes y extranjeros de viajar, conocer y documentar públicamente sus experiencias.

Sin perder de vista las genuinas necesidades del turismo, es admisible suponer que el pase de aquellas prácticas de antaño, propias de las postales de las revistas escolares, a las actuales de meterse en internet para buscar un destino y hacer las reservas sea, en esencia, una expresión del ocaso de las tradiciones. En este desbalanceo, el proceso dio impulso al uso del feriado como tiempo en blanco para la recreación. Ese ocaso responde, evidentemente, a la pérdida de significación cultural de ritos y festividades, al exceso de presente que se pone en la interpretación del pasado, al abordaje frívolo y sin compromiso de los hechos y personalidades de la historia. En suma, es la falta de promoción en el hogar, en la escuela y desde el espacio público de un vínculo amoroso y auténtico con objetos no materiales como la fe, la patria y las ideas. (Telam)


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