Braian Toledo, fallecido hoy tras accidentarse con su moto en Marcos Paz, la ciudad en la que había nacido hace 26 años, padeció en su niñez una vida signada por las privaciones y necesidades, pero ya en la adolescencia comenzó a destacarse y logró trascender en el atletismo argentino, que le reconoce su enorme esfuerzo y su gran sentido de la solidaridad.
El atleta, especialista en lanzamiento de jabalina, había nacido el 8 de septiembre de 1993 en la misma ciudad en la que hoy encontró la muerte.
Braian atravesó una infancia muy pobre y, a los 16, llegó con sus habilidades al CeNARD, donde recibió una beca para que potencie sus condiciones innatas.
«Una vez encontré a mi mamá llorando en casa, era de noche, le pregunté qué le pasaba y me respondió que no tenia nada para darnos de comer a mí y a mi hermana. La abracé y le dije que no importaba, que lo mejor de todos es que estábamos los 3 juntos», comentó alguna vez Toledo, al describir la infancia que le había tocado vivir.
Debido a su facilidad para dibujar, el pequeño Braian ganaba dinero haciendo las tareas de colegio de sus compañeros, así ayudaba a su madre.
«Recuerdo que me pasaba noches enteras dibujando y dibujando, mis compañeros me daban 25 centavos y, cuando juntaba una buena cantidad, se la daba a mi mamá para la comida», reveló alguna vez Braian.
Toledo creció y creció en el CeNARD, siempre alegre y agradecido de la posibilidad de desarrollarse en el lanzamiento de jabalina, en principio bajo la conducción de Gustavo Osorio, quien lo conocía desde que estaba en la escuela primaria y festejó como nadie cuando ganó la medalla de bronce en el Campeonato Mundial de Bressanone, Italia, en 2009, con apenas 16 años y contra rivales de 18.
Hincha de Boca y con un costado futbolero, Toledo fue ganando notoriedad en el atletismo argentino y tuvo sus momentos destacados en los Juegos Olímpicos de Londres 2012 y Río 2016.
En ambos casos, demostró ser muy competitivo en una disciplina que, en la Argentina, tenía antecedentes remotos, desde que sobresaliera Ricardo Heber en Helsinki 1952.
Seguramente esa infancia difícil fue la que le forjó su carácter y le permitió reponerse de una lesión en el pie que le demandó 75 días con muletas y un 2019 en el que perdió en casi todas las competiciones.
Ese pequeño y atendible bajón lo llevó, con el sueño de llegar lo mejor preparado posible a Tokio, porque consideraba que por edad y experiencia sería su momento, a radicarse en Finlandia, donde se mudó para ponerse a las órdenes del prestigioso entrenador Kari Ihalainen.
Cuando volvía a la Argentina, se refugiaba en Marcos Paz y no dejaba de colaborar junto a su novia y a la campeona olímpica de judo Paula Pareto con los más necesitados, como el merendero «Los Pepitos» de Merlo, donde seguramente extrañarán sus acciones solidarias con aquéllos que más lo necesitaban.
Su partida conmocionó al ambiente del deporte en general, que lo recordará como ejemplo de humildad, respeto y solidaridad. (Télam)