Por Mariano Busilachi – Licenciado en Comunicación Social. Consultor de comunicación política e institucional.

El 1 de febrero de 1820 ocurrió la llamada “Batalla de Cepeda”, durante el conflictivo periodo de guerras civiles en nuestra incipiente Nación. El director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, José Rondeau (representando a los unitarios) fue derrotado por los caudillos Estanislao López (Santa fe) y Francisco Ramírez (Entre Ríos), ambos federales. En diez minutos se dirimió el destino del país. Al ganar los federales, se disolvieron el Directorio y el Congreso Nacional. Así, surgió el período denominado “la Anarquía del Año XX”, con una fuerte impronta de los gobiernos autónomos provinciales.

Vivimos enfrentados incluso desde los tiempos fundacionales. ¿Hay que recordar aquí la historia de Cornelio Saavedra y Mariano Moreno? ¿Es casualidad la forma y las condiciones en la que se desarrolló el fallecimiento del Secretario de la Primera Junta? Nuestros dos principales próceres padecieron esas posturas insolubles: Belgrano murió en la pobreza y San Martín se exilió porque su propia patria le dio dado la espalda.

El siglo XX no fue la excepción. Tuvimos la efervescencia de la revolución radical contra los conservadores. Apareció el peronismo y con él el antiperonismo, una disputa que derivó en dictaduras militares tan cuestionables como atroces. Ya en este milenio, desde el 2008 con el kirchnerismo y el antikirchnerismo, resurgió el amor y el odio esquizoide del fanatismo político. Hoy, la división es entre los que supuestamente apoyan a los grupos concentrados de poder y los que supuestamente defienden a “la gente”, ese colectivo identificatorio tan manipulado como sobredimensionado.

El dicho popular dice que “no hay mal que dure cien años”. Ojalá así sea para un país como el nuestro, cruzado por una fractura social cada vez más insoportable, que ya lleva más de 200 años. Lo que en algún otro momento fue saavedristas y morenistas, unitarios y federales, liberales y socialistas, radicales y antiradicales, peronistas y antiperonistas, kirchneristas y antikirchneristas, hoy está sintetizado en “ellos y nosotros”. Ya ni siquiera el parámetro es ideológico. Ya ni siquiera tiene que ver con los partidos políticas. Es depende cómo se mida la vara, quién gobierne y quién sea oposición.

La pelea de los Kirchner contra los principales representantes del campo argentino – y posteriormente el Grupo Clarín – fue más de lo mismo, una especie de reversión de peronismo vs antiperonismo. Sin embargo, agudizó la crispación y la intolerancia entre los compatriotas. La reyerta es semántica, entre los que dicen defender la soberanía y al pueblo contra los que dicen defender a la República y los ciudadanos. Aunque son concepciones políticas y filosóficas distintas, ninguna de ellas ha sido literal. Lo que se inició en 2008 en una disputa de negocios escaló intensamente hasta afectar a toda la sociedad, viendo los últimos años un aumento de la agresividad, locura y naturalización de opinión disparatadas. El anonimato de las redes sociales, particularmente Facebook y Twitter, profundizaron esta partición.

Se comunica como se siente, ya no se razona ni se empatiza. Lo hace el ciudadano de a pie y lo hace el representante político. Se acepta, se asimila, se fideliza la idea de la confrontación como estilo de supervivencia social. La comunidad enferma y la única cura que encuentra es la resignación a aceptar el destino que le ha tocado en suerte. Diría que ya no pertenece a ningún espacio político, tampoco a ningún dirigente. ¿Cuántas veces escuchamos que se han peleado familias enteras, amigos de toda la vida, compañeros de ruta inseparables por la nefasta “grieta”? Es tan destructiva que no permite ni entender las razones de su aparición.

En lo que sí concuerdan todos los que asumen algún tipo de representatividad es en la protección de la patria. La mencionan permanentemente en sus discursos, sus actos, sus debates. Pero, mientras unos la enmarcan bajo la figura de líderes fuertes que conducen unilateralmente al resto de los actores sociales, los otros basan su postura en la división de poderes y el constitucionalismo. Ni unos ni otros (vos ya sabrás quién es quién) son intelectualmente honestos. Exacerban sus posiciones hasta el extremo, generando una insostenible y agotadora discusión constante.

En plena pandemia de COVID19, la pésima comunicación del gobierno nacional de los últimos dos meses agravó la división, alimentada también por las anacrónicas actitudes comunicacionales y sin criterios comunes que presenta la oposición. La dificultad no es solo económica. Hay una clara crisis de representatividad. En las pocas leyes en las que el Poder Legislativo se puso de acuerdo, se legisló de espaldas a lo que se requería, como ocurrió por ejemplo con la ley de teletrabajo o la ley de alquileres. Y en aquellas normativas trascendentales para el futuro de la nación, transformaron el Congreso en una batalla campal discursiva. Lo que ocurrió en la sesión del Senado Nacional con el debate y la votación de la “Reforma Judicial”, sumado al papelón de la última sesión en la Cámara de Diputados y las amenazas que recibieron diputados oficialistas, fue la clara demostración de la mediocre calidad institucional y política que atraviesa la Argentina, la cual deriva en conductas reprochables desde ciertos sectores de la ciudadanía.

El Presidente se equivoca demasiado en ciertos temas. Puede estar mal asesorado o puede estar asumiendo un tipo de liderazgo que claramente le queda incómodo. Confundió a la población con una “cuarentena” que evitaría un posible colapso del sistema sanitaria y, ahora que estamos cerca de ello, culpa a los ciudadanos. ¿Qué hicieron entonces en cinco meses? ¿No pensó que quizás las personas se cansaron de no tener un rumbo claro por parte de quien los preside?. Además, impulsó una reforma que al final pareciera que no es tal, aplicando la misma conducta de contradecirse en las medidas como ocurrió con la “no cuarentena”. Ya dio un paso en falso con la empresa Vicentín, con las comparaciones erráticas de la gestión sanitaria con otros países, con las declaraciones ingenuas del caso Solange, con la falta de firmeza en el caso de Astudillo Castro, con el ataque permanente a las críticas. Encima debe tolerar las críticas y rispideces internas, algunas solapadas y otras directamente al mentón.

¿Dónde está el Alberto Fernández dialoguista, sereno, contemplativo, docente, ese que mostró durante toda la campaña del 2019? ¿Dónde está el Presidente que debe liderar a la Argentina hacia la recuperación y la superación de la grieta? ¿No será que su personalidad no es lo que ha aparentado en su extensa carrera política? Su destacada habilidad para salir airoso de todos los temas y adaptarse a las circunstancia chocó con sus responsabilidades de Presidente. Ya no es un comentarista de la realidad o el otrora Jefe de Gabinete de Néstor Kirchner. No está cumpliendo con una de sus promesas de campaña fundamentales: la grieta es cada vez más ancha y la unión es idealista.

Es tonto creer que la grieta se iba a cerrar con las mismas personas que la inocularon en la sociedad durante tantos años. El slogan “volvemos mejores” es eso, una acción de marketing, un discurso simpático. También, es naif imaginar que el gobierno anterior, siendo ahora oposición, iba a hacer lo mismo. De hecho, Mauricio Macri también prometió unir a los argentinos y no lo cumplió. ¿A dónde está Macri como “líder” la oposición? ¿La Fundación FIFA es más importante que la crisis que vive Argentina? Volvemos a lo mismo de siempre: son poco los dirigentes políticos de peso de nuestro país que están a la altura de las circunstancias.

En todo el barro de la “grieta” hay políticos muy valiosos. Lamentablemente, hoy no pueden dominar los espacios que deben ocupar. Tanto en el oficialismo como en la oposición, hay dirigentes que podrían dar el salto de calidad que el país necesita. Argentina deberá preguntarse, en algún momento, como es posible que tuvo un gobierno que terminó de manera muy negativa, lo procedió una gestión que prometió demasiado y terminó en un fracaso económico, lo cual derivó en que las mismas personas que habían gobernado durante 12 años, con grandes aciertos iniciales pero numerosas aristas negativas hacia el final, volvieron al poder. Lo que debemos considerar, asimismo, es que tomando los porcentajes del total de votos, Argentina está partida al medio: 50% para un lado de la grieta y 50% para el otro. Aun los que no nos vemos representados debimos elegir uno de ambos lados.

¿Estaremos hasta el 2023 aguantando debates estériles? ¿Volveremos algún día a aquellos tiempos en que las discusiones políticas no separaban a las personas? ¿Sacaremos el fanatismo de la política de una vez y para siempre? La grieta agota. Es realmente extenuante ver la dinámica de la confrontación enquistada en el día a día. No habrá políticas posibles a largo plazo si continuamos de esta manera. No habrá reforma de la Justicia, no habrá confianza en la inversión, no habrá tolerancia ni convivencia pacífica. No habrá un abrazo, un asado, unos mates, anécdotas ni vivencias compartidas, producto de una fractura social que nos enferma día a día.

El gobierno nacional debe bajar los decibeles y sintonizar nuevamente con las demandas de la población. La oposición debe comprender que tiene formas discursivas que han quedado obsoletas y que son parte del problema. Los medios de comunicación deben fortalecer a la población con conductas honestas, comprometidas con la pluralidad, sin alarmar ni replicar el temor que se genera desde el poder. La ciudadanía debe hacer su parte, juzgando a los gobernantes con mesura, prudencia, racionalidad y entendimiento, dejando de lado las diferencias inertes y abriendo espacios de diálogo con aquellos pares que perdieron en el camino por culpa de la “grieta”.

La famosa “grieta” argentina es, esencialmente, cultural. Entre las bombas que se tiran de un lado y del otro, los ciudadanos que renegamos de ella terminamos apoyando o detestando a alguno de los dos bandos, O, incluso peor, desapareciendo en el medio de la “grieta” y cayendo al abismo de la indiferencia.

Podemos cambiar la historia y eliminar este defecto que tenemos como sociedad. Hay muchos más puntos en común que disidencias. Dejemos de escuchar a los que dicen saberlo todo, de pelearnos por posturas irreconciliables que no conducen a nada y empecemos a abrir puentes, en aquellos temas que Argentina espera resolver desde hace más de 200 años.


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