Por Mariano Busilachi
Licenciado en Comunicación Social. Consultor de comunicación política e institucional.
Estamos atravesando un tiempo político que conlleva notorios desafíos y cuestiones sociales muy complejas, a raíz de una pandemia que ha obligado al gobierno argentino a caminar por el delicado equilibrio entre lo sanitario y una economía cada vez más débil. En la última semana, tuvimos una novedad discursiva que causó sorpresa. Ya no se debe hablar más de “cuarentena”. Sin embargo, hasta hace no mucho tiempo, podían multarte si vos no la cumplías. ¿Cómo es posible sancionar a alguien por algo que no existe? Lo que se vendió como la única herramienta sanitaria posible para combatir el COVID 19, ahora se trasformó en una obligación exclusiva de los ciudadanos. De la noche a la mañana.
A nivel interno, Fernández se encuentra con otra encrucijada comunicacional. Sabe que no lo representa el ala dura del Frente de Todos pero tampoco está en un momento en que pueda volcarse completamente a su lado más dialoguista. La oposición de Juntos por el Cambio es cada vez más hostil y el fantasma sobre quién lidera realmente la Argentina es algo con lo que el presidente no piensa lidiar. Los frentes externos e internos muestran falencias discursivas y de conducta política que Alberto Fernández debiera corregir a la brevedad.
Marzo fue, quizás y paradójicamente, el mejor mes que tuvo Alberto Fernández en lo que va de su presidencia. Mostró liderazgo, firmeza, diagnósticos certeros y que podía juntar en una mesa a políticos tan disímiles como Axel Kicillof y Horacio Rodríguez Larreta. Sería muy injusto caerle a Fernández por la medida temprana de confinamiento, ya que, cabe recordar, en aquel momento no se sabía muy bien sobre los alcances del coronavirus y teníamos como espejo la dramática experiencia europea. Por lo tanto, la primera “cuarentena” fue acertada, bajo el fundamento de prepararse para que nuestro flaco sistema de salud no colapse en el corto plazo. Incluso hoy, aun con las alarmantes cifras, el objetivo pareciera que se estuviese cumpliendo. La ciudadanía lo comprendió y la aprobación del Presidente alcanzó números casi de excelencia. La imagen de Rodríguez Larreta sentado a su lado tuvo un impacto positivo, además de las palabras de apoyo de Mario Negri (referente de la UCR y Diputado Nacional), lo cual podía suponer un freno interesante a “la grieta”.
La fraternidad de esos días se empezó a romper con el correr de los meses. En parte, por cierta tirantez entre los objetivos y estrategias del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y el de la Provincia de Buenos Aires para encarar la lucha contra el coronavirus. Runners si, runners no; apertura si, apertura no. Pero, el quiebre también se dio por cierta dificultad que tuvo el gobierno nacional de comunicar la crisis y sus soluciones. El Presidente lo dijo muy claramente, en varias oportunidades. A diferencia de Europa, países como el nuestro debían enfrentar la pandemia de COVID 19 con una estructura muy desventajosa, la cual se compone de sectores sociales vulnerables, con déficit graves alimenticios, de salud, de vivienda, de educación y de seguridad. No era fácil y en los diferentes niveles de gobierno lo sabían. Lo que llama atención, es que en diferentes momentos de la gestión de la pandemia se le habló a la población como si perteneciera a países europeos. Se le pidió paciencia, que aguantaran el momento, que lo principal era cuidarse y que ya iba a haber tiempo para recuperar la economía. ¿No les suena familiar al pedido de Mauricio Macri de aguantar el feroz aumento de tarifas? ¿Cuánto más puede aguantar un comerciante que hace años está con la soga al cuello? (Y por “hace años” me refiero a más que los cuatro del gobierno anterior).
Lo que en un principio era una preocupación y una necesidad de seguir las recomendaciones de un Presidente fuerte, pasó a mirarse de reojo, a que parte de la ciudadanía comience a dudar de los números, a cierta rebeldía y, finalmente, a desobedecer. Cuando Fernández afirma indignado que la mayoría de la gente no cumple la “cuarentena”, con lo cual no tiene sentido hablar de ella, debería reflexionar por qué. ¿No faltó un poco de certidumbre o de claridad en los mensajes que se le enviaron a la población? SI uno analiza las últimas conferencias de prensa, la gran mayoría ni siquiera se preocupó por los nuevos plazos de esta “cuarentena”, asilamiento o situación que estamos atravesando. La fecha del 30 de agosto es hasta simbólica. Incluso, bajaron las mediciones de audiencia. Pero, ¿por qué el gobierno dejó que se diluya sola esta categorización de fases? Hay un error claro de comunicación. No sabemos en qué situación estamos, qué fase o cómo podemos calificarla. ¿Y qué es? ¿Desescalada, como le dicen España? ¿Aislamiento administrado? Resulta que ahora depende de nosotros. De golpe, así sin más. ¿La culpa es de los ciudadanos?. ¿Fernández nunca supo qué país gobernaba? No de forma peyorativa, sino que se entiende que un país basado en el encuentro es imposible que naturalice el aislamiento.
En la historia de la humanidad ha habido otras plagas y la cuarentena ha sido un método válido, utilizado para prevenir y prepararse. En un país como Argentina, uno o dos meses de paralización no lo resiste cualquiera. Ni hablar en ciudades como Mar del Plata, netamente caracterizadas por la actividad comercial. La gran presión social y el descontento de la población empujaron a una apertura antes de tiempo. Así como el aislamiento obligatorio fue una buena primera medida, ir hacia una cuarentena voluntaria hubiese podido evitar algunos efectos colaterales. Lo que se necesita siempre es claridad en los mensajes gubernamentales y certidumbre. Fue erróneo esperar cada 15 días para decirle a la población lo que se debía hacer. Aunque es una enfermad nueva y el mundo aún está aprendiendo de ella, se hubiese podido manejar la gestión de la crisis con plazos más largos y, en el mientras tanto, trabajar con las políticas económicas necesarias y minimizar el impacto psicológico. Es lógico que ya no se hable de cuarentena y que la sociedad ya no lo entienda como tal. Nunca tuvo total conocimiento de hacia dónde iban las medidas de gobierno sobre el COVID 19. Nos las tiene hoy. Fueron piezas de rompecabezas que los ciudadanos fuimos armando. Toda la buena coordinación entre los gobiernos provinciales, CABA y Nación, no pudieron (o no supieron) reflejarla en la comunicación.
Está claro que Argentina tiene números mucho mejores, aun con la lamentable cifra de fallecidos, que otro países del mundo. Pero, es importante repetirlo, nuestra economía no resiste tanto. Si las respuestas son “retar” a la población como lo hace un docente a un alumno que no hace caso en clase, estamos yendo por el camino equivocado. Fernández sigue mostrando esa actitud, exacerbando una postura que en otro momento fue todo virtud. Hoy, mirar los gráficos inentendibles que se muestran en cada conferencia o escuchar palabras repetitivas sobre el deber hacer, aportan cada vez menos a la población. Nadie dice que no sean útiles ni necesarios. Pero, comunicacionalmente, no aportan nada nuevo.
Ya es sabido que lo económico fue determinante para ir mutando de la “cuarentena” a esta fase que nadie sabe explicar muy bien. También allí, el Presidente generó problemas que no eran oportunos, ni siquiera para contemplarlos. Nunca se entendió el apuro por Vicentín, el cual terminó en un fallido absoluto. No se explica una ley de teletrabajo que se pondrá vigencia 90 días después de que finalice este periodo de “aislamiento”. No es viable una reforma judicial que nació sin consenso, que solo abarca al fuero federal y en un momento social en que la discusión era otra. Parece como que estuvo todo fuera de tiempo y es realmente sorprendente. Lo único que estuvo acorde fue la negociación de la deuda. La economía necesitaba una buena señal y la tuvo. Pero quedó empantanada con otros temas, o bajo la mirada de sectores ultras que le juegan en contra al propio Presidente, como ocurrió a partir de su convocatoria del 9 de Julio.
Otro desacierto fue subestimar el impacto emocional del aislamiento en la población. En una ciudadanía propensa a los trastornos de ansiedad y el estrés, la falta de certezas generó un resultado adverso. Desde el gobierno nacional se hizo permanente hincapié en la salud de las personas, en que no se infecten, que se cuiden. Pero, llamativamente, nadie puso énfasis en la salud mental, como si cuerpo y mente funcionaran por separado. No se trata de la zoncera de la “infectadura” o caerle a los infectólogos, ya que ellos defienden su parte. Las asociaciones de psicología o psiquiatría deberían haber tenido una voz más fuerte durante estos meses y alertar sobre lo que estaba ocurriendo a la población. O lo hicieron tibiamente o no los escucharon.
Ni siquiera se contemplaron los informes que la Facultad de Psicología de la UBA realizó con gran precisión. En la última encuesta del Observatorio de Psicología Social Aplicada (OPSA), sobre 2.940 personas consultadas de los principales centros urbanos del país, un 57% dijo sentir depresión. Los jóvenes de 18 a 29 años son quienes más lo sufren. En ese mismo informe, se aclara que la incertidumbre sigue apareciendo como el sentimiento omnipresente, aunque aparecen con más fuerza cuestiones como angustia, tristeza y depresión. Desde el Centro de Atención al Suicida (CAS) argumentaron que recibieron casi un 100% más de pedidos de ayuda en la línea 135. Respecto a la percepción de bienestar general, el 65% de la gente señala “estar algo peor” (40%) o “mucho peor” (25%) que antes de la crisis de COVID-19. Otra investigación reciente, realizada por la Fundación INECO, evaluó los efectos de la pandemia y la cuarentena en la salud mental de la población. Facundo Manes, quien lidera el Instituto, alertó que 6 de cada 10 argentinos tienen síntomas de depresión y más de 6 de cada 10 tienen síntomas leves, moderados o severos de ansiedad.
Nadie quiere ponerse en un pedestal y juzgar las acciones de gobierno, ya que seguramente ninguno de nosotros quisiera estar en el lugar en el que está el presidente Fernández ahora. Nobleza obliga, fueron meses de aprendizaje sobre el coronavirus que aún continúan. Sin dudas, la novedad de la fabricación de la vacuna de Oxford es vital para el país y el deseo que esté a principios de 2021 es muy alto. Pero, ¿lo comunicarán todo como lo han venido haciendo? ¿No es tiempo de repensar la comunicación oficial? La población ya no necesita que la “reten”; que le echen la culpa de los contagios; que la juzguen porque quieran ver a su familia o porque abran sus locales ya que no llegan a fin de mes; o, la última, que la señalen porque compran dólares para ahorro, cuando es la propia política la que genera que el país no sea confiable.
Fernández debe repensar sus formas y sus estrategias de difusión aunque le suene incómodo al sector más confrontativo del Frente de Todos, no sirve esa postura. Debe retomar el liderazgo, la percepción de que está al mando de la crisis y actuar en consecuencia. Ya no le alcanza con aparecer junto a Rodríguez Larreta o con mostrarse abierto a los empresarios opositores. Debe poner más de sí mismo, de su habilidad y de su paciencia. Dejar por un rato el traje del profesor y ponerse el sobretodo del buen conciliador. Ese que le permitió sobrevivir en la política, por el cual logró llegar al lugar donde está hoy y el que necesita para que la población vuelva a confiar en su gestión. El 2021 está cerca y el coronavirus no perdona a nadie. Tampoco al poder.