Por: Andrea Cecchi – Licenciada en Psicología
La Lic. Andrea Cecchi explica, basándose en experimentos psicológicos realizados décadas anteriores, las consecuencias psicológicas del encierro y el aislamiento.
Es un hecho que la pandemia nos ha cambiado la forma de vivir, ha modificado nuestros hábitos y nos ha exigido relacionarnos “sin relación”.
Desde que este hecho se instaló en nuestro país a partir del mes de Marzo, debimos encontrar formas de estar en contacto sin tocarnos y de ayudarnos sin responsabilizarnos. No podemos dejar de observar esas normas incongruentes que suelen provocarnos confusión y temor cuando nos acercamos al prójimo. Nos cuidamos por un lado y nos descuidamos por el otro.
Muchos somos los que nos preguntamos cuáles son las consecuencias físicas y psicológicas de la cuarentena extendida por más de 200 días. Para ello quiero contarles un experimento realizado por el psicólogo experimental Harry Frederick Harlow (1905-1981) que ejemplifica los efectos que surgen en un contexto de privaciones.
Sus ensayos fueron puestos en marcha en la década del ’60 con la intención de estudiar el apego emocional y tratar de entender cómo funciona la interacción social en los mamíferos, quiso además, conocer los alcances y consecuencias que tenían sobre la conducta al ser privados de ellos. Fue entonces que desarrolló algunos métodos que fueron – ya en aquel momento – repudiados y cuestionados por su gran crueldad y su ausencia de ética, pero que, sin embargo, han echado luz sobre conceptos fundamentales sobre la constitución psíquica.
Uno de sus experimentos más desalmados, fue la utilización de crías de primates. El estudio consistía en aislarlos social y a veces sensorialmente desde su nacimiento, es decir, les quitaba la posibilidad de desarrollo vital dejándoles a su alcance sólo alimento. Este hecho ha demostrado que el contacto afectivo es imprescindible e indisociable de la vida del mamífero. Las crías que no fueron libidinizadas con afecto y contención materna no contaban con la seguridad interna necesaria para afrontar las hostilidades del medio.
Se concluyó que ante la ausencia de contacto físico y afecto estos primates desarrollaron problemas de sociabilidad, apego inseguro y frágil a las cosas y otros seres; para algunas de estas crías el impacto fue tan grande que no pudieron alimentarse y murieron, a su vez, los que llegaron a la edad adulta, no se interesaron en formar pareja y dejar descendencia. Hubo ausencia de interacción social con los de su misma especie y un alto nivel de ansiedad hacia el medio.
Lo que revela este experimento es la verdadera necesidad afectiva intrínseca en las personas y el resto de los mamíferos para tener una vida psíquica segura y sana. Si bien este estudio habla de los primeros años de vida, los cuales dejarán una marca indeleble en la edad adulta, es posible pensar las consecuencias del aislamiento también en la edad madura.
Existe una necesidad psíquica innata hacia la dependencia y el apego saludable. Cubrir esta necesidad hace al bebé capaz de enfrentar el mundo, le ayuda a incorporar conductas adaptativas al medio ambiente y a favorecer al desarrollo de la memoria y la atención, esto le permite planificar conductas y anticipar situaciones que le brindarán sensación de resguardo y protección.
La situación de encierro no es normal. Frente a la impotencia de estrechar estos lazos existen repercusiones lógicas en nuestro estado de ánimo y en la temática de nuestros pensamientos, cada vez más negativos.
Exceptuando los casos de enfermedad previa, discapacidad o edad muy avanzada, no podemos hablar de retroceso, ni de patología, ni de trastorno, ni depresión. En esta etapa de “confinamiento” es esperable padecer sentimientos de vulnerabilidad e irritación producto de una situación insólita e histórica a nivel mundial. Reconocer que no podemos vivir “normalmente” en el déficit afectivo nos ayudará a bajar la ansiedad entendiendo que no hay manera de suplir el contacto real. Podemos amenizarlo y postergarlo, pero jamás podremos reemplazarlo.
El Psicoanálisis debe criticar su realidad y la de quienes lo rodean, como dice Lacan “debe cuestionar la subjetividad de su época”. No se puede rediseñar una vida alejada de los otros, fuera del entramado social, porque el resultado sería una comunidad patológica y despersonalizada con poca esperanza de vida. En esta cuarentena debe y tiene que existir dolor, porque el sufrimiento se manifiesta como una expresión saludable de una situación inusitada, y debemos dejar de medicalizar las conductas.
Somos seres sociales que nos creamos a partir del Otro, en comunidad y dentro de una red de afectos y de instituciones que contienen (escuelas, hospitales, fuerzas de seguridad, etc.). Hoy, estas instituciones se hallan en crisis, y no encuentran la forma de afrontar y dar respuesta a la demanda social, por ello caemos en un estado anímico ansiógeno con elevados niveles de desesperación.
Para salir de esta situación con el menor daño posible es necesario volver a tender lazos afectivos entre nosotros, ponernos en el lugar del otro e identificándonos con el dolor ajeno, sin tratarnos como extraños o enemigos. Recuperar la solidaridad y salir del individualismo para mancomunarnos en un proyecto que rescate a la gente y al país.
Que este virus no nos deje des-inmunizados ni des-humanizados.