Por Mariano Busilachi
Licenciado en Comunicación Social. Consultor de comunicación política e institucional.

Estamos en un país que día a día y semana tras semana nunca deja de sorprenderte. La pandemia de coronavirus potenció las más lamentables falencias de nuestra república, proporcionalmente a la falta de sintonía entre la clase política y los ciudadanos. En ese río revuelto, aparecen dos grandes cuestiones que merecen nuestra atención: ¿qué está pasando con la gestión del presidente Alberto Fernández? ¿Quién lidera hoy la oposición en Argentina?

La última semana, el dólar se llevó todas las miradas y, como sucede habitualmente en nuestro país, borró de un plumazo temas sensibles que hasta hace pocas horas eran noticias, como los momentos de extrema tensión que se vivieron con la policía bonaerense. Da la sensación de que todo lo que se dijo del dólar es cierto. Faltan reservas y hay un problema sin resolver respecto a la confiabilidad de nuestra moneda. Aunque, también es cierto, quedó en el aire la sensación de que fue un nueva medida que pone en aprietos a la clase media trabajadora y las empresas que necesitan importaciones.

Así las cosas, el Presidente Fernández volvió a tener frases desacertadas, particularmente con respecto al mérito. Luego, intentó explicar su fallido mensaje afirmando su deseo de que nuestra sociedad sea como la de los países escandinavos. Es curioso como Fernández, una y otra vez, debe salir a explicar sus propios dichos. O nadie sabe interpretarlo o está equivocando las formas.

La gestión del gobierno nacional intentó mostrarse sólido ante una pandemia que sorprendió a todos y a una economía que ya venía muy mal por la gestión económica de Cambiemos. Sin embargo, en estos escasos 9 meses de gobierno, pareciera ser que el Presidente se ha acercado paulatinamente a la posición más dura del Frente de Todos, jugando por momentos sus cartas dialoguistas, pero dejando muy en claro sus diferencias con “el macrismo”. Como en los peores momentos de la presidencia de Cristina Fernández, volvieron los embates contra los medios de comunicación, los empresarios, el campo, los opositores y la Justicia. ¿Eso es realmente volver mejor? Fernández ha tenido que dirimir cuestiones que, a priori, parecían saldadas con esta nueva oportunidad de gobierno.

El éxito de la resolución de la deuda y el aplomo que mostró en los primeros meses de la “cuarentena” fueron dejando paso a mayores críticas desde los sectores disidentes al gobierno. Los papelones del Congreso y las medidas fuera de contexto expusieron a la clase política y generaron que los ciudadanos se manifiesten públicamente. Están volviendo las acaloradas discusiones entre oficialistas y opositores, tanto en la política como en la ciudadanía, ensanchando una grieta que en cualquier momento nos devora a todos.

El giro discursivo y actitudinal del Presidente Fernández no pareciera ser recomendable en un contexto como este. Hay dos comportamientos que son exactamente similares a los del ex Presidente Maurico Macri. Por un lado, hablar permanentemente de la herencia recibida. Todo el tiempo, tanto Fernández como Macri, han hablado de la gestión que los precedió. En cada declaración, en cada anuncio, de manera sutil o explícita, el pasado reciente vuelve constantemente sobre el presente. Por el otro, ambos han decidido tener un enemigo al cual acusar de todos los males de la Nación. Para Mauricio Macri fue Cristina Fernández; para Alberto Fernández lo es Macri. Esto se extiende a ambas coaliciones, que se acusan mutuamente de lo mismo.

En el fondo de esta actitud comunicacional se esconde una incapacidad de mostrar gestión. O hay poco para destacar o se concibe a la política como la lucha permanente contra un enemigo. Macri lo hizo durante cuatro años. Fernández recién empieza, pero no parece que pretenda cambiar. Uno y otro se retroalimentan. La población se está cansando. Si la clase dirigente no reacciona a tiempo y desde el gobierno nacional no vuelven a sintonizar con las demandas reales de la ciudadanía, es posible que personajes similares a Donald Trump o Jair Bolsonaro irrumpan en la vida política argentina y terminen llegando al poder.

Un episodio sintomático de esta relación de necesidad que tienen unos y otros se dio con el allanamiento a la quinta Los Abrojos de Mauricio Macri ¿Qué ocurrió? El ex mandatario debía cumplir los 14 días de aislamiento al regreso de su viaje a Europa. Sin embargo, se reunió con tres intendentes de Juntos por el Cambio, lo que generó una denuncia del Secretario de Seguridad del Partido de Malvinas Argentinas, distrito en donde se encuentra la propiedad. La causa recayó en el juez federal de Tres de Febrero, Juan Manuel Culotta, y en el fiscal Jorge Sica, quien pidió la realización del operativo policial, con el objetivo de conseguir material que confirme si hubo violación de la cuarentena. Días posteriores, el intendente oficialista Leonardo Nardini y el Partido Justicialista de la provincia emitieron un comunicado acusado a Mauricio Macri y al juez Culotta de armar un “autoallanamiento”, para perjudicar la imagen del gobierno.

Esta disputa tuvo, cómo no, la presencia de Cristina Fernández, que en su cuenta de twitter compartió el comunicado y trató al hecho como “Fake” (falso), avalando la teoría del “autoallanamiento”. Sin embargo, medios periodísticos y dirigentes opositores mostraron la denuncia efectuada y, efectivamente, se constató que fue realizada por el secretario de seguridad el municipio comandado por Nardini.

Sea como fueran los acontecimientos, es realmente muy poco serio todo lo que ha pasado. Estamos en medio de una crisis sin precedentes y la política se toma el tiempo de pelearse con golpes muy bajos. ¿Por qué salir a desmentir y hablar de montaje con una denuncia que fácilmente se puede comprobar? ¿Acaso aceptamos estar en campaña eterna?

Que se entienda: si por 14 días Mauricio Macri debía permanecer aislado y antes de cumplirlo se reunió intendentes, eso está pésimo. Pero el show del allanamiento fue ridículo y exagerado. De todas maneras, volvemos siempre a la misma cuestión con este tema de las reuniones. Más allá de la responsabilidad que tiene Macri como ex Presidente, si el propio Jefe de Estado actual no predica con el ejemplo y emite mensajes confusos, la población no acatará. Que haya reuniones sociales no es culpa de la falta humanitaria de la población. Si un presidente come un asado con dos sindicalistas, sin ningún tipo de razón de Estado y se reúne durante seis horas para charlar temas que podrían haber tratado por vías virtuales, ¿por qué una persona no hará lo mismo? Si el Presidente se saca fotos sin barbijo y sin distanciamiento, ¿por qué creer que el ciudadano cumplirá las normas a rajatabla? ¿Hay encuentros buenos y encuentros malos? En un contexto como este, las formas del principal mandatario del país importan (y mucho).

La falta de claridad en las acciones de Mauricio Macri nos hacen preguntarnos sobre la situación en la que se encuentra la oposición. Es muy notorio el contraste entre un Mauricio Macri que sigue estando fuera de tiempo con apariciones públicas erráticas y un Horacio Rodríguez Larreta en crecimiento, transformándose actualmente en la figura central del principal partido opositor.

Rodríguez Larreta, luego de la quita del 1% de la coparticipación federal, reaccionó con solidez discursiva, apelando al diálogo, mostrando las disidencias desde el respeto y poniendo las prioridades en la mesa de discusión. Entendió cómo debía dirigirse en un momento álgido, priorizando el diálogo para las cuestiones sanitarias pero defendiendo con uñas y dientes su distrito.

Mientras Macri estaba jugando al futbol en Suiza, Horacio Rodríguez Larreta se posicionó claramente como el principal líder de la oposición y plausible candidato a Presidente en 2023. Larreta supo capitalizar los errores del gobierno sin entrar en la grieta, lo cual acercó posiciones dentro de sectores de Juntos Por el Cambio que intentan despegarse de la figura del ex Presidente. Aunque aún falta mucho para el 2023, muchos saben que Larreta tiene la gran oportunidad de ser el líder que la oposición está buscando, ya que tampoco hay dirigentes en el radicalismo, Coalición Cívica u otros partidos que puedan ocupar ese lugar. El jefe de Gobierno porteño está ganando popularidad, puede mostrar gestión, apeló siempre al mismo tono discursivo y logró, sin quererlo y sin buscarlo, que el oficialismo lo ponga en el centro de la escena. El propio Presidente y el Frente de Todos le hicieron ese favor. Otra coincidencia entre Alberto y Mauricio: ambos definieron a su rival electoral.

Así como el gobierno nacional tiene el gran desafío de recuperar la confianza de una parte no menor de la población, gestionado una crisis económica agravada por la pandemia y por decisiones propias, la oposición deberá comprender cómo se posiciona en este contexto difícil que se avecina y con quién lo transitará. Hoy, la disputa de poderes es absolutamente menor a la necesidad de resolver la cuestión sanitaria y económica.

Si se hiciera un corte transversal de los principales referentes de la oposición, pareciera que Vidal circunscribe a la idea de Horacio Rodríguez Larreta pero aún no ha encontrado su espacio. No logró destacar su gestión en la gobernación bonaerense y se fue con una derrota aplastante. Todavía está elaborando cómo reconvertirse. Diego Santilli y Martín Losteau aparecen con pretensiones para Jefe de Gobierno en 2023. En la UCR, Alfredo Cornejo está más ligado al ala dura de Juntos por el Cambio pero su principal problema es el amplio desconocimiento que se tiene de él en la opinión pública. De hecho, el partido centenario no ha logado en los últimos años posicionar a una figura destacada en sus filas a nivel nacional. Ese centralismo ha sido desplazado y se conformó con mostrar su presencia en el Congreso y en la estructura partidaria que tiene en las provincias, sobre todo en Buenos Aires.

El sector de Roberto Lavagna navega entre el ostracismo y la oportunidad. No tiene peso específico pero saben que en la Cámara de Diputados sus votos valen como el oro. Es noble que Consenso Federal intente seguir en un camino del centro, evitando entrar en la grieta. Pero la posibilidad de que parte de los partidos que lo conforman terminen apoyando al Frente de Todos o a Juntos por el Cambio es factible. Es muy difícil sostener hoy, como está la sociedad y la política argentina, espacios políticos que no caigan en la división por mitades. Los liberales también lo saben y aún no han definido sus estrategias. ¿Podrá Horacio Rodríguez Larreta y su gente seducir a esos sectores e incorporarlos? ¿Qué harán el GEN y el socialismo, aliados históricos del radicalismo? ¿Qué pasará con los peronistas que no se contentan con el Frente de Todos?

Los liderazgos se ven en los buenos y en los malos momentos. El aplomo y la seguridad de Rodríguez Larreta contrasta con las dudas y los enojos de Fernández. En el gobierno nacional hay una imperiosa necesidad de demostrar épica, medidas inéditas en la historia, patriotismo y soberanía. Por el contrario, la estrategia del Jefe de gobierno porteño es mucho más sencilla: mostrar gestión y sintonía con lo que la ciudadanía reclama.

Argentina no necesita más patriadas ni “anuncios” históricos. Requiere escribir la historia con pasos simples, consistentes, que atiendan las demandas de la sociedad y que sean coherentes en el tiempo. Hace falta salir de la lógica de la búsqueda de enemigos para justificar la falta de capacidad. Hay un alternativa y es el camino del diálogo, el único posible para acercar diferentes puntos de vista necesarios y sortear una crisis que reclama liderazgos urgentes.


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