Por: Luis Gotte – La pequeña trinchera- Co-autor de “Buenos Ayres Humana, la hora de tu comunidad” Ed. Fabro, 2022- Mar del Plata- luisgotte@gmail.com – D.N.I. 20041255
La única verdad es la realidad, un principio fundamental del que debemos aferrarnos para reflexionar sobre la situación política actual. Es indudable que existe una desconexión entre la conducción política y el electorado, entre los ideologizados y su propio entorno, quienes parecen estar inmersos en su burbuja de poder y fantasías, lejos de las necesidades reales de la Patria y sus trabajadores.
En lugar de escuchar a las mayorías, los políticos optan por implementar decisiones económicas basadas en “más platita”, planes y relatos épicos, creyendo que de esta manera podrán solucionar los problemas económicos del país. Sin embargo, se han olvidado de consultar a sus representados y preguntarles qué realmente necesitan, qué es lo que verdaderamente quieren.
Nuestra gente es pueblo trabajador y sacrificado, acostumbrado a ganarse el pan con el sudor de su frente, fuimos criados y educados de esa manera. Sin embargo, la sociedad actual -individualista y egoísta, que ha dejado de ser comunidad- está privando a nuestro pueblo de cosas elementales, como el derecho a sentirse en familia, ver crecer a sus hijos, sentirnos seguros, vivir en paz. Esta realidad se debe a que, la conducción política, ha tratado al pueblo como peones a quienes manipula según sus intereses políticos, en lugar de brindarles la dignidad y libertad que un trabajo decente nos da. Valores esenciales de una comunidad organizada.
Somos un pueblo indócil e insumiso, no es un disvalor es un plus, que no acepta imposiciones y cambios abruptos, en particular los impuestos desde la colonialista Agenda 2030-ONU, que descarta nuestras raíces y tradiciones. Los resultados de esta imposición están a la vista, y es hora de asumir responsabilidad y ser conscientes de la realidad a la que se enfrentan.
El liderazgo político se ha vuelto soberbio, arrogante y engreído, sin ideas de cómo gobernar apropiadamente. Es hora de admitir que el régimen político centralista se ha agotado y que necesitamos de un cambio profundo de las formas de administrar el poder político.
El radicalismo nació desde abajo, discutiendo poder. El justicialismo emerge desde las entrañas del poder mismo, interpelando y cuestionándolo. Radicales y justicialistas tienen como común denominador la discusión del poder mismo. No para mantenerlo y preservarlo, eso es para conservadores y progres. Al poder lo discutimos y lo disputamos para transformar la propia realidad, para la grandeza de la Argentina y el disfrute de todos los derechos para los trabajadores.
La agenda política debe centrarse en debatir cuestiones fundamentales como el federalismo, la descentralización política, la reforma tributaria, la autonomía comunal y las Cartas Orgánicas, el regionalismo productivo, la organización del trabajador, la mejora educativa. Sin embargo, todos estos temas los han invisibilizado.
Los políticos en general, los sindicalistas y los dirigentes sociales están más interesados en sus propios intereses sectarios y partidarios, que en las necesidades del conjunto. Si continuamos por este camino, seremos la excepción a la regla marxista de que los pueblos no se suicidan. Seremos los primeros en sucumbir a la ignorancia de aquellos que se niegan a escuchar y actuar en consecuencia.
Para alcanzar un futuro mejor, es imperativo que trabajemos juntos en pos de un objetivo común. Generar mayorías, es la herramienta esencial para hacer camino hacia la transformación. Debemos dejar de lado las diferencias y unir fuerzas, comprender que solo a través de la colaboración y la cooperación entre el capital, el trabajo y la política podremos constituir los cimientos de una nueva Argentina, más justa y próspera.
La persuasión se convierte en un aliado fundamental en este proceso. No se trata solo de imponer nuestras ideas, sino de dialogar, de comunicar y de compartir argumentos sólidos que alcance la unidad de concepción. Persuadir no es solo ganar la razón, sino también conquistar corazones y mentes para lograr una unidad de acción.
Esta unidad de concepción no es una utopía, sino un objetivo alcanzable si todos nos comprometemos. En este camino, es esencial que mantengamos arraigados nuestros valores y derechos fundamentales. Estos son los cimientos sobre el cual se erige comunidad organizada.
Por último, nuestro pueblo merece un futuro de buenas oportunidades y prosperidad, un entorno donde se sientan seguros y respetados. Para lograrlo, es crucial enfrentar los desafíos actuales con valentía y determinación. La crisis no es insuperable si decidimos unirnos en pos de un bien común. Las adversidades pueden convertirse en oportunidades de cambio y crecimiento si abordamos la situación con un enfoque realista y colaborativo.
La visión de una comunidad organizada, unida en su diversidad y orientada hacia el bienestar colectivo, es un anhelo compartido por todos. Pero ese sueño solo podrá concretarse si cada uno de nosotros se compromete a aportar su grano de arena. No es suficiente esperar que otros lideren el camino; debemos ser los artífices activos de la transformación que deseamos.