Por Mariano Busilachi
Licenciado en Comunicación Social. Consultor de comunicación política e institucional.
Salud, educación, seguridad, vivienda, infancia, calidad institucional, entre otros ámbitos han caído en la principal enfermedad que tenemos los argentinos hace unos cuantos años: la discusión permanente de todo. Todo es discutible, nada es realizable. La consecuencia es una grieta o fractura social que se ha insertado en nuestra cultura, la cual ha logrado que ni el COVID 19 revierta esta esta lógica cultural cada vez más enfermiza. Esta semana, tuvimos sobrados ejemplos de esta patológica característica argentina.
A punto de cumplir 200 días de “cuarentena”, el balance hasta aquí de la gestión de la pandemia por parte del gobierno nacional y el gobierno provincial bonaerense no es positivo. Aunque en algunos aspectos han logrado aciertos, en otros han tenido llamativos y visibles errores. No se trata de equivocaciones por el aprendizaje del manejo de la pandemia, sino de una considerable falta de sentido común, de comunicación asertiva y de gestión de crisis.
El objetivo desde un primer momento fue tener una propagación “controlada” del virus, para que no colapsara el sistema de salud y todos reciban la atención necesaria. Sin embargo, una de las medidas tomadas (la cuarentena) se comió todo y se utilizó como la única vía de resolución de conflictos, con un bajo nivel de testo y rastreo que hubieran permitido una mejor prevención de contagios. El desgaste propio del asilamiento impuesto mostró que fue insuficiente y generó un perjuicio psicológico y económico mayor al esperado.
Los datos estadísticos avalan estos errores de lectura del problema o de la comprensión integral de la salud, la cual implica garantizar la salud física, mental y social de las personas. Así lo define la Organización Mundial de la Salud. La salud física logró resultados positivos al evitar el colapso del sistema. Pero, luego de casi 7 meses de “cuarentena” o como el gobierno quiera llamarlo, Argentina se encuentra entre los países con las peores cifras de contagios y fallecidos; en lo mental, se descuidaron los efectos psicológicos que las medidas de aislamiento generaron en los grandes centros urbanos; en lo social, generaron una nueva fractura entre los propios y los contrarios, gestionando entre mensajes confusos e incorporando temas que nada tenían que ver con la pandemia (Vicentín, Reforma Judicial, Coparticipación, etc.). Ni siquiera el monstruoso aumento del gasto social y las ayudas al sector productivo lograron frenar el angustiante aumento del desempleo y la pobreza.
Veamos las cifras. Al momento en que se escribe esta columna, Argentina es el 8° país del mundo en cantidad de casos (779,7 K), el 13° país en cantidad de fallecidos (20,6 K) y el tercer país en el promedio de cantidad de casos por día, superado por Estados Unidos y por la India. En un ranking de más de 200 países, no parecen números muy auspiciosos. En estos momentos, la tasa de pacientes confirmados de coronavirus es de 1.716,79 por cada cien mil habitantes, siendo esta una alta tasa de confirmados de coronavirus, comparada con el resto de los países. La tasa de letalidad (fallecidos respecto a confirmados) es del 2,65%. Algunos de estos datos pueden seguirse en tiempo real, en este link.
Cuando uno mira la curva de fallecidos desde el 3 de junio al 3 de julio, el número de víctimas aumentó de 583 a 1437 (854 nuevos muertos); del 3 de julio al 3 de agosto, subió de 1437 a 3813 (2376 casos nuevos); desde esa fecha al 3 de septiembre, el número siguió creciendo a 9361 (5548 casos nuevos); al día de hoy, en tan solo un mes, tuvimos 10927 casos nuevos. Se están duplicando la cantidad de fallecidos mes a mes y llevamos siete largos meses de “cuarentena”. Y respecto a los contagios (contando el total de los casos), la curva es similar. De junio a julio hubo 49782 casos nuevos; de julio a agosto 129246 nuevos casos; de agosto a septiembre se sumaron 231796 personas respecto al mes anterior; de septiembre a hoy, sumamos 351450 personas contagiadas de COVID 19.
Quizás y solo a modo de pregunta, ¿no sería hora de cambiar la estrategia? Cabe preguntarse, ¿qué se hizo en todos estos meses si, al fin de cuentas, todos los datos nacionales están aumentando cada vez más?
Uno puede entender que la pandemia es nueva para todos, incluso para los gobernantes. Pero el hastío de la población, el impacto económico que ha generado y la falta de estadísticas fiables ha generado un nivel de desconfianza y descontento que el presidente Alberto Fernández debe mirar con mucho cuidado. A la ciudadanía no se le puede pedir más de todo lo que hizo estos meses. Los argentinos hemos obedecido y aguantado mucho más de lo que nuestra conducta social puede resistir. No obstante, si el camino no es claro y los dirigentes no son consecuentes con sus actos, el ciudadano comienza a tomar sus propias decisiones de supervivencia.
Aunque parezca increíble, al día de hoy sigue habiendo un notable desfasaje de datos diarios oficiales de contagios y fallecidos. No sabemos a ciencia cierta cuántos fallecidos y contagiados reales hay en las últimas 24 horas. ¿Eso es culpa de la población? ¿Una cuarentena extendida más de la cuenta y erosionada por una falta de previsibilidad también es culpa de la gente? Vamos, señores. Necesitamos que los dirigentes tengan la honestidad intelectual de admitir que la estrategia se agotó y entender que son buenos líderes quienes saben en qué momento cambiar de planes. Todavía el gobierno de la provincia de Buenos Aires no ha podido dar una fundamentación clara sobre la irregularidad inadmisible del relevamiento y difusión de los 3500 nuevos fallecidos de COVID 19 que incorporaron esta semana.
Vuelvo a repetir: los muertos y contagios se están duplicando (y en algunos distritos hasta triplicando) cada mes. Si la estrategia será culpar a los que no obedecen sin mirar sus necesidades mentales y sociales, o quedarse solo con la idea de que la gran mayoría de los contagiados se ha recuperado (cerca de 650 mil personas) y que el sistema de salud aun no colapsó, es una actitud – al menos – mezquina e irresponsable.
La economía tampoco trajo buenos números ni reacciones oficiales acordes al diagnóstico que se reclama. Según las estadísticas elaboradas por el INDEC sobre el primer semestre de este año, 28,6 millones de personas están por debajo de la línea de la pobreza (9,4 millones de hogares), con un ingreso total familiar promedio de $25.759. Se trata del 40,9% de la población. Y dentro de ese conjunto, el 10,5% (3 millones de personas) están en situación de indigencia, distribuidas en 754 mil hogares, con un ingreso total familiar promedio de $10301. Respecto a la última medición en diciembre, la pobreza aumentó un 5,4% y la indigencia un 2,5%.
Lo más crudo de estos datos tiene que ver con los niños y jóvenes. Si se toma como referencia los grupos de edad según la condición de pobreza, más de la mitad de las personas de 0 a 14 años son pobres (56,3%). Es aberrante. Sin embargo, el mayor crecimiento con relación al semestre anterior se observó en los grupos de personas de 15 a 29 años, incrementándose en un 7,1% (llegando a casi un 49,6% de jóvenes). Por ejemplo, en el Gran Buenos Aires, la pobreza aumentó un 7% apenas en estos 6 meses ¿Se entiende por qué, entre otras razones, los jóvenes argentinos quieren irse del país o no tienen ninguna expectativa de futuro promisorio en nuestra tierra? No es una cuestión de patriada, de quedarse a levantar el país por amor al arte. La razón es de total sentido práctico: no hay oportunidades de progreso.
Tampoco fue bueno ver los datos de desempleo y de inflación. La tasa de desempleo es del 13,1% (1,4 millones de desocupados), superando el 8,9% de último cuatrimestre del 2019. La inflación de agosto fue del 2,7%, alcanzando una inflación anual acumulada del 18,9% y una variación interanual (en relación a septiembre del 2019) del 40,7%.
La comunicación del oficialismo aquí también hizo agua. Permanentemente y aplicando la misma estrategia que tanto criticaron del gobierno de Mauricio Macri, apelan a los cuatros años del gobierno de Cambiemos para explicar todos los desastrosos índices económicos que acabamos de repasar. Uno puede entender la excusa de la pandemia porque, claro, afectó a la economía mundial. Muchos países han sufrido caídas duras de su PBI y han vivido situaciones angustiosas en sus finanzas. Aun así, de ninguna manera es aceptable vivir excusándose de la pandemia cuando otros países, de similares características, no han tenido estos preocupantes números socioeconómicos.
No alcanzaron ni el IFE, ni los créditos ni el ATP. Fueron medidas buenas pero insuficientes. Un país como Argentina era imposible que resista tantos meses de parate en sus actividades económicas, principalmente en el comercio y la construcción. En un país con una desigualdad atroz y casi un 40% de empleo en negro, lo que menos necesitábamos era parar por tiempo indeterminado. Eso no es pandemia. Aquí, en nuestra ciudad, lo sufrimos en carne propia.
Mar del Plata merece un párrafo aparte. Con un 38,9% de personas bajo la línea de la pobreza y una tasa del desempleo del 26% (números record que no se veían desde la crisis del 2001), vemos con cada vez menos entusiasmo una temporada que será difícil, desde varios aspectos. Sin embargo, han pasado situaciones que mostraron definitivamente una tensión creciente entre el municipio de General Pueyrredón y la provincia de Buenos Aires por el COVID 19.
Llamativamente, esta semana, la provincia incorporó 160 nuevas muertes al registro de pacientes COVID fallecidos en el distrito. Esto fue cuestionado por la propia secretaria de Salud, Viviana Bernabei, quien afirmó que – de acuerdo a las estadísticas que lleva la municipalidad con todos los centros asistenciales locales – a lo sumo se deberían haber agregado entre 70 y 75 nuevos fallecidos. Hay una clara desinformación, ya sea en los registros provinciales o en la coordinación entre Gral. Pueyrredon y el gobierno central de la provincia. Incluso, Bernabei agregó que el sistema de fases ya es insostenible en la ciudad por la grave situación económica que atraviesa.
Esto no fue lo único raro que ocurrió esta semana. Este sábado, el Hospital Interzonal General de Agudos (HIGA) informó sobre el traslado de un paciente de 56 años con coronavirus a Buenos Aires, con el argumento de que ya no hay camas de terapia intensiva. El director de la Zona Sanitaria VIII, Gastón Vargas, reafirmó esta postura, aunque con el correr de las horas algunos explicaron que en realidad lo que supuestamente faltaba era un respirador. Curiosamente. Horas después, el gobierno municipal se mostró sorprendido por este hecho, del cual no estaban al tanto, según lo que manifestaron, esgrimiendo que se debió a una “decisión particular”, sin dar aviso a la Secretaría de Salud. Incluso, hay una polémica con la cantidad de camas UTI ocupadas. La subsecretaria de Gestión de la Información, Educación Permanente y Fiscalización del Ministerio de Salud bonaerense, Leticia Ceriani, sostuvo que en Mar del Plata hay una ocupación de camas del 50%. Viviana Bernabei, por su parte, consignó que la ocupación está entre el 55 y el 60%. Contrariamente a lo que señaló Ceriani, Gastón Vargas afirmó que la ocupación supera el 80%. ¿A quién le creemos? ¿Al municipio o a la provincia? ¿A Ceriani o a Vargas? Ni siquiera en la provincia pueden dar datos iguales.
Como si fuera poco, se viralizó un supuesto audio privado que Montenegro le mandó a un amigo, hablando de esta situación de la cantidad de nuevos fallecidos y el avión sanitario, visiblemente fastidiado y calificándolo como una “operación berreta” que busca “jodernos” a los marplatenses. De ser cierto lo que indica Montenegro, estamos ante una situación muy grave, ya que confirmaría que lo partidario se interpuso ante lo sanitario. Otra vez, la grieta matando todo.
Al igual que la estrategia sanitaria, el gobierno argentino debe empezar a darse cuenta que el camino no es escudarse ni en la herencia ni en la pandemia. En primer lugar, porque están haciendo lo mismo que han criticado – y muchas veces con razón – los últimos cuatro años. Por el otro, porque la cuarentena eterna (y a esta altura estéril) fue una medida de este gobierno, ni del anterior y ni siquiera de otros países del mundo.
La población solicita encarecidamente señales urgentes de autoridad y de liderazgo gubernamental. No se puede seguir gobernando como en los últimos 16 años, excusándose en lo que el anterior gobierno o proyecto político no hizo, agigantando cada vez más una grieta que ni siquiera claudicó a una pandemia mundial. Hay que hacerse cargo, como siempre nos pide a todos el Presidente y como lo estamos esperando de él como líder político, desde hace varios meses.