Por Mariano Busilachi
Licenciado en Comunicación Social. Consultor de comunicación política e institucional.
La última semana no fue buena para la política nacional ni provincial. Se vivieron momentos entre bizarros, escandalosos y tristes, con palabras desacertadas, un diputado irresponsable y un blanqueo de cifras indignante. La gravedad entre la desconexión de los dirigentes políticos con las demandas reales de la ciudadanía parece no tocar fondo. ¿A qué ha llegado la política argentina? ¿Tenemos responsabilidad como ciudadanos?
La escena burda del Diputado Nacional Juan Emilio Ameri fue la representación de un final esperado. En algún momento, la virtualidad en las sesiones podía terminar en una situación insólita como esta. Ya veníamos teniendo señales de falta de decoro e irresponsabilidad. Nobleza obliga, no todos fueron por conductas ligadas a la ética. Muchas de ellas se dieron por el grave desconocimiento digital de nuestros legisladores. Así como ya la población, en general, no encuentra sentido en la medida de la “cuarentena”, ya sea por razones psicológicas como por cuestiones económicas, tampoco parecería tener sentido que los legisladores no hagan sesiones presenciales.
Uno de los fallidos recurrentes fue olvidarse el micrófono abierto o naturalizar la presencia de los dispositivos hasta olvidarse de ellos. Le pasó a Luis Juez, diputado nacional por la provincia de Córdoba. El 5 de agosto se desarrolló la sesión que giraría al Senado el proyecto de ampliación presupuestaria, en el marco de la pandemia. A la hora de votar, el legislador cordobés no respondía a la solicitud del Presidente del cuerpo, Sergio Massa. Por ello, se decidió abrir su micrófono y se lo escuchó a Juez que estaba dando una entrevista televisiva.
Algo similar ocurrió en el Senado, con el senador del Frente Cívico y Social de Catamarca, Oscar Castillo. Mientras se debatía la creación de una comisión bicameral investigadora sobre el préstamo del Banco Nación a Vicentin, realizó su discurso y, al extenderse demás, la vicepresidenta segunda del Senado, Laura Rodríguez Machado, le comunicó que se acababa su tiempo y le cedió la palabra a la legisladora Silvia Sapag. Castillo se olvidó de apagar su micrófono y, visiblemente molesto, se le escuchó decir: «Al final me cagó la misma, ¿viste?».
Pero los micrófonos no son los únicos que quedan en el olvido. También, ha sucedido con las cámaras, como el caso de Luciano Laspina, diputado del PRO. El 22 de septiembre, en el marco del debate en comisión del Presupuesto 2021, al diputado se le vio parte del torso desnudo, ya que estaba cambiándose la camisa, mientras el presidente de la comisión Carlos Heller le daba la palabra. Un mes antes, otro legislador PRO, el senador Esteban Bullrich, tuvo su blooper en una reunión de comisión. Durante el tratamiento de la reforma judicial y tras pedir la palabra, el senador por la provincia de Buenos Aires tuvo un inconveniente técnico que dejó al descubierto que utilizaba una imagen de suya fija, como fondo para marcar su “presencia” en el debate. Pero, cuando le tocó aparecer, no pudo sacar el fondo y quedó superpuesta su imagen en tiempo real, generando que haya “dos Bullrich” en imagen.
Los papelones también alcanzaron a Leopoldo Moreau, un ferviente dirigente kirchnerista y ex candidato a Presidente de la UCR en 2003. En la polémica sesión del 2 de septiembre que generó la controversia entre los Diputados opositores y el Presidente del cuerpo, Sergio Massa, por la virtualidad de las sesiones, le tocó hablar a Luis Petri. Se ve que Moreau se duerme temprano o estaba muy cansado, porque cerca de las 20:30 y mientras hablaba el legislador por Mendoza de la Unión Cívica Radical, se lo vio en su cámara literalmente durmiendo una siesta con los brazos cruzados sobre su barriga. Lo insólito fue que luego, ya descansado, Moreau intervino en la sesión y dijo que hay legisladores que «no quieren dar debates porque se llenan de vergüenza cuando tienen que reconocer que el país fue endeudado por ellos, o cuando se habla de espionaje ilegal. Les resulta difícil poner la cara”.
Legisladores tomando alcohol, perros ladrando de fondo, empleadas domésticas pasando por la detrás mientras los legisladores hablan, entre otras imágenes bizarras, no tuvieron el impacto que generó el último jueves la escena obscena del diputado del Frente de Todos de Salta, Juan Emilio Ameri. No hace falta decir qué ocurrió. Hasta el más despistado se enteró. Pero, sin dudas, fue desagradable.
Lo que sí hay que remarcar es que se hizo un foco demasiado excesivo en la actitud en cámara de Ameri con su pareja, sin analizar lo que realmente indigna de esta actitud y de las anteriormente mencionadas. Lo reprochable no es tanto el acto íntimo de Ameri, sino que se le paga para estar donde está y no es capaz de prestar atención a lo que está sucediendo en la sesión. Trabajan de eso y ganan mucho dinero. ¿No pueden prestar atención? SI tuvo efectivamente un inconveniente tecnológico, ¿no pudo haber recurrido al soporte técnico?
Si bien, errores como los de Laspina o Castillo atienden a un cierto analfabetismo digital, lo de Moreau o Ameri dejan una sensación evidente de incapacidad para ejercer la función que les ha confiado la sociedad. Dejemos algo en claro: es el mismo Congreso que votó una ley de regulación del teletrabajo. ¿Hace falta decir algo más? Que un diputado se duerma en plena sesión es tan obsceno como lo de Ameri. No les importa el otro, no les importa lo que se debate ni lo que se legisla. Están ocupando un lugar que no merecen. Cuando se habla de la degradación institucional se hace énfasis en esas conductas que, por otra parte, no son nuevas. ¿Cuántas veces hemos visto a los legisladores dormirse en sus bancas?
En Argentina pasan tantas cosas llamativas que uno se va olvidando. Sin embargo, hay que recordar que en ambas cámaras se han sentado legisladores “truchos” para votar leyes claves. O se han traído a la rastra a senadores para poder dar quorum y se han ido sin votar. Uno de ellos fue Carlos Menem, condenado por causas de corrupción, quien sigue siendo senador nacional. ¿Ya nos olvidamos del senador nacional oficialista José Alperovich, acusado de delitos graves de abuso sexual, que está de licencia y no ha sido ni suspendido? ¿Qué ejemplo estamos dando?.
No solo el Poder Legislativo muestra una clara decadencia. También, el Ejecutivo viene haciendo añicos a la ética política. Por ejemplo, al día de hoy, Daniel Scioli nunca dio una explicación del ocultamiento deliberado de una gran cantidad de fallecidos en las inundaciones de 2013 en la ciudad de La Plata. La cifra oficial habló de 52 muertos; investigaciones posteriores relevaron que la cifra puede estar entre los 89 fallecidos, incluso estirando la cifra a más de 170. Otro ejemplo: Julio De Vido, condenado por la Tragedia de Once y procesado en numerosas causas de corrupción, fue candidato a diputado bonaerense en 2019. No, no es un error. Estaba preso y fue candidato.
Esta semana, el ministro de Salud bonaerense, Daniel Gollan, presentó una nueva herramienta para el registro de información sobre los fallecidos por Covid-19. Esto dio como resultado la existencia de 3.523 fallecidos a las estadísticas oficiales. Ni una, ni dos; 3500 personas. ¿Se entiende la gravedad de esta situación? Durante cinco o seis meses se tomaron decisiones sensibles con cifras desactualizadas. Hoy, se utilizan tres bases de datos distintas. ¿A dónde están los científicos? Gollan reconoció que el Sistema Integrado de Información Sanitaria Argentino (SISA) «es bueno» pero presentaba «demoras en la carga». Nicolás Kreplak, Viceministro de la cartera provincial de Salud, afirmó: «En Provincia sabíamos desde hace semanas de esas diferencias y las saldamos, ahora falta que lo hagan los demás distritos y la Ciudad de Buenos Aires». ¿Lo sabían con anticipación y no tomaron medidas antes? ¿Es un mérito resolver el problema tarde y desafiar al resto? ¿Cómo podemos creer los ciudadanos en las estadísticas oficiales si ni siquiera son reales? Al día de hoy, a esta hora, no sabemos ni cuántos contagiados ni cuantos fallecidos hay por COVID-19 en Argentina. Tenemos precisiones de distritos con cargas de datos de días, semanas e incluso meses de demora. ¿Lo peor? Hace más de seis meses estamos en una “cuarentena” absurda que ha empeorado la situación económica y ha aumentado los problemas de depresión y ansiedad en jóvenes, adultos y – los más grave – en niños. Asimismo, todas las semanas, el Presidente se gana una polémica nueva.
Hace largos años, nuestra principal pandemia es una cultura política ligada a la denigración de la función pública. Los tres poderes están en deuda en Argentina. Y eso, no resuelve ni en uno, ni en dos, ni en cuatro ni en ocho años. Tenemos un Estado cada vez más grande y menos eficiente; cada vez más paternalista y menos promotor del trabajo; cada vez más pobre y menos conectado con el futuro.
Los ciudadanos también tenemos que hacer un mea culpa. La denigración de las instituciones vino acompañada de una pasividad en la sociedad que, muchas veces, se transformó en hipocresía. Se dice que los argentinos votamos con el bolsillo. Es verdad. Sin embargo, votamos sin tener conciencia de lo que implica hacia el futuro.
Vamos a decirlo claro: en Argentina, en 2019, se votó un proyecto político con dirigentes que gobernaron durante 12 años, generaron una fractura social gravísima y se fueron con numerosas causas de corrupción. Se los votó y volvieron a ganar una elección. Para peor, el gobierno que venía a terminar con esas prácticas y que la ciudadanía le dio una oportunidad histórica para hacerlo, se la pasó hablando del pasado y destrozó a la economía, generando que los primeros vuelvan al poder. A veces, Argentina es demencial.
Como ciudadanos no fuimos lo suficientemente exigentes para que esto no suceda. Nos preocupamos cuando nos tocan el bolsillo, pero nos enfadamos cuando la alternativa que elegimos es peor que la anterior. Lo peor es que ya lo sabíamos. Nosotros dejamos durante años que los políticos de mala madera se interpongan en el camino de los buenos políticos. Dejamos que ocupen lugares trascendentales de poder y así nos fue. El marketing nos endulzó el oído y nosotros compramos el paquete. Cuando nos quisimos acordar, terminamos con 50% de pobreza, un desempleo vergonzante y una infancia perdida.
No alcanza con ir a votar cada cuatro años. Hay que informarse, saber quién se presenta a un cargo legislativo y entender que votará leyes que implican decidir sobre lo que pasará en nuestra vida diaria. Hay que ir a votar a las legislativas, conocer quién nos habla, qué nos dice. Si uno no quiere participar en política, al menos tiene que interesarse mínimamente en lo que pasa. Si no lo hacemos, ¿qué derecho tenemos a reclamar si ni siquiera tuvimos interés en ver quién nos iba a gobernar o si dejamos que vuelva lo que ya no queríamos?
Tenemos que ser mejores ciudadanos. Tenemos que entender que los malos políticos no salen de un repollo. Son como nosotros, son como el que saca ventaja a un vendedor ambulante, el que se lleva algo sin pagar del mercado, el que se cola en la fila para pagar, el que tira la basura en la calle, el que le roba a un amigo, etc.
Los malos dirigentes salen de nuestra cultura. Eso es lo que tenemos cambiar. SI somos una mejor sociedad, tendremos una mejor cultura. Tener una mejor cultura implica tener mejor educación. Ese círculo te lleva a tener mejores políticos. Pero, nosotros tenemos que exigirlo y cumplirlo.
Necesitamos que haya un punto de inflexión en Argentina y necesitamos que sea cultural. No es casualidad lo que ocurrió esta semana y lo que seguirá sucediendo. Tenemos que ser mejores para que los malos políticos también tengan su Nunca Más.