El turismo y la pandemia no parecen ser para nada  compatibles. Para entender cómo volverá a ser la industria turística, qué medidas se necesitan y qué perspectivas nuevas se presentan hablamos con el sociólogo y becario del CONICET Felipe García, especialista en turismo.

Según la Organización Mundial del Turismo, los viajes a nivel mundial acumulan una caída de entre el 30 y 40 por ciento  y la ciudad de Mar del Plata no fue la excepción. Sobre todo teniendo en cuenta que el mes de marzo es el que presenta movilidad más intensa de los adultos mayores, el impacto fue notorio debido a todas las disposiciones y restricciones que acapararon el ámbito nacional con la campaña #QuedateEnCasa.
 
Además, la población más vulnerable al COVID-19 es la de mayores de 65 años, con lo cual, el aislamiento social terminó de desarticular anticipadamente la actividad turística en la ciudad costera, siendo que los registros de enero y febrero habían tenido un nivel de ocupación muy superior a los años anteriores, explica Felipe García, becario doctoral del CONICET, Licenciado en Sociología por la Universidad Nacional de Mar del Plata y Magister en Comunicación y Cultura por la Universidad de Buenos Aires. García trabaja en temáticas relacionadas con la sociología del turismo desde el Grupo de Investigación de Historia y Memoria (UNMdP), particularmente la «puesta en valor» de Mar del Plata entre los años 2004 y 2013.
 
El especialista piensa que deberán hacerse múltiples adecuaciones en las actividades turísticas de cara a una nueva normalidad, y como muchos científicos y pensadores en la materia, considera que la principal salida para la actividad va a ser lo que se denomina “turismo por proximidad”. En esa modalidad se intenta acortar las distancias, enfatizar en los tejidos regionales y nacionales, como una de las principales actividades para reactivar económicamente el sector turístico post-pandemia. Sin embargo, pensar en estos términos nos pone frente a la posibilidad de acaparar nociones que venían siendo postergadas en la conducción central de la actividad y que hoy se ponen en discusión.
 
“Una de ellas, es la necesidad de forjar un turismo sostenible y sustentable incluyendo factores medioambientales, pero a su vez forjando políticas inclusivas que logren modificar las prácticas de exclusividad de utilización de los espacios. Este paradojal movimiento nos pone frente a nuevos retos en relación a cómo administrar la masividad y las interacciones sociales en marcos de protocolos sanitarios de prevención del contagio”, detalla García. Quizás sea hora de romper con la estacionalidad de las locaciones permitiendo adaptar los flujos turísticos a una circulación reducida, administrada y promovida por el sector estatal. Para ello, se requerirá de una reconstrucción -y por qué no, reinvención- de las matrices turísticas amoldadas a una integración de las expectativas del turista, en un nuevo y reconfigurado vínculo con los “otros” y la naturaleza. Estas reconfiguraciones se vuelven ineludibles, ya que el transporte y la movilidad tenderán a ser paulatinamente más ecológicas; los alojamientos menos confinados y más cercanos al entorno natural,  y las actividades más experienciales y próximas a las culturas regionales sin prescindir de los protocolos sanitarios competentes.
 
En algunos países ya se estimula el turismo interno bonificando hospedajes o parte de los traslados, o extendiendo el fin de semana a tres días, y según García este tipo de acciones son perfectamente aplicables en Argentina. “La estimulación de turismo interno puede estar dotada de bonificaciones en los hospedajes, o diversas estrategias políticas de acceso al turismo. Ya en los años cincuenta se contemplaba, bajo el turismo social, la inserción del Estado en la propulsión del turismo; por ejemplo, en la provincia de Buenos Aires, con el slogan “Usted se paga el pasaje, la Provincia el Hospedaje” se promovió la visita a muchos municipios de la Costa Atlántica. No obstante, muchos científicos sociales, tanto del plano nacional como internacional, han hecho hincapié en que la estimulación del turismo interno no radica meramente en políticas de promoción y reactivación comercial; sino más bien, en abordar crítica e integralmente la movilidad”, explica García.
 
Como sugiere Melina Piglia, actualmente las movilidades son pensadas como “prácticas sociales con sentido” que expresan estructuras culturales y políticas; permitiéndonos contemplar cómo los cambios en las normativas, infraestructuras o tecnologías produjeron nuevas subjetividades móviles. Esto nos lleva a indagar la peligrosa analogía que supone la pandemia entre inmovilidad y salud, brindándonos nuevas concepciones de proximidad y distancia.

“Estas severas interrupciones a la movilidad urbana contemporánea, requieren de actores que logísticamente permiten la inmovilidad de la mayoría y repercuten no exclusivamente en el transitar sino en el habitar de la ciudad. Por ello, me atrevería a decir, que la pandemia irrumpió como una problemática que desató –y evidenció una vez más- múltiples desbarajustes urbanos. Entre ellos, la constitutiva centralización urbana, administrativa, política y socio-productiva de las metrópolis (en nuestro caso, Buenos Aires) y sus consecuentes discursos anti-urbanos de las clases medias metropolitanas. Problemáticas que si bien exceden los marcos de la actividad turística, están intensamente vinculados con nuevas maneras de pensar, concebir y habitar la ciudad”, reflexiona el investigador.
 


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