Cada día, Juan que duerme en la calle mira la pulsera que le entregó Sergio, voluntario, y recuerda con gratitud el rostro de Francisca, la abuela de 92 años que la trenzó para él desde el hogar donde vive. Con la ayuda de Sergio para ingresar el código marcado en la tarjeta, Juan pudo ver la sonrisa de Francisca y grabó un momento de cariño invertido en ese pequeño regalo. Meses más tarde, al reencontrarse con Sergio durante una ronda nocturna, le mostró la pulsera y le dijo que, al verla, revive aquel momento de compañía que jamás podrá olvidar.
Ese gesto sencillo y profundo reavivó Pulseras de la Amistad, uno de los muchos proyectos de acompañamiento que impulsa Huellas. Con presencia en Argentina, Uruguay, México y El Salvador, la ONG articula una red de voluntarios que, además de tejer pulseras, realiza visitas sabatinas a residencias, comedores y hogares infantiles. La misión es siempre la misma: construir vínculos que alivien la soledad y devuelvan sentido de pertenencia a personas mayores y a niños que viven en situación de vulnerabilidad.
Así, la pulsera que Juan lleva en la muñeca es apenas la punta del iceberg de un entramado afectivo mucho más amplio: cada hilo, carta o conversación fortalece un puente de humanidad que sostiene tanto a quien extiende la mano como a quien la recibe.

Entre veredas y silencios: la vulnerabilidad que recorre Mar del Plata
En la “ciudad feliz” de las playas, los alfajores y el festival internacional de cine, Mar del Plata registra hoy unas 437 personas en situación de calle, según el censo popular analizado por la Universidad Nacional de Mar del Plata.
El relevamiento recorrió veinte puntos de la ciudad y visibilizó a las personas que pernoctan a la intemperie, dejando al desnudo la brecha entre la postal turística y la vida real de quienes duermen bajo los médanos.
Quedar a la intemperie no obedece a una sola causa; es el resultado de un conjunto de factores sociales y emocionales que se retroalimentan y agravan entre sí, donde el aislamiento afectivo ocupa un lugar central: la distancia, a veces literal, a veces emocional, con la familia, las amistades y las redes comunitarias incrementa la soledad y priva de esos diálogos que amortiguan el dolor, haciendo imprescindible la presencia de acompañamiento constante.
Sin un refugio seguro, la exposición día y noche al clima y a la mirada ajena erosiona la sensación de protección, mientras la ruptura de rutinas básicas como: cocinar, asearse, dormir con regularidad; desorganiza el cuerpo y la mente hasta derivar en agotamiento. A todo ello, se suma la incertidumbre sobre comida, abrigo o seguridad, que carga la psique con estrés, ansiedad y depresión, dificultando la toma de decisiones y perpetuando el círculo de vulnerabilidad.
En ese contexto, un vínculo humano estable funciona como ancla y punto de partida para la recuperación y el renacer personal.
De allí la urgencia de iniciativas que devuelvan nombre, historia y dignidad, recordando que cada vida en la calle merece ser mirada y reconocida en toda su humanidad. Convencidos de que un gesto cálido puede abrir grietas en el muro de la indiferencia, en Huellas se impulsa “Pulseras de Amistad” donde niños, ancianos y voluntarios trenzan más de mil brazaletes con hilos de cariño.
Cada pulsera lleva una tarjeta hecha a mano y comparte un código, donde al ingresar en la página web permite acceder directamente a las fotos de quienes la realizan. Esto lleva a que las personas en situación de calle conozcan a los voluntarios, incluyendo abuelos y niños que dedican su tiempo y esfuerzo para hacerles sentir amados y apoyados.
Cada una de ellas transmite un mensaje claro: «No estás solo». La elección de las pulseras como medio de expresión tiene un significado profundo recordando a los portadores que siempre hay personas dispuestas a brindar amistad y apoyo.
Detrás de cada mirada que se enfrenta al frío de la intemperie hay una biografía que clama por vínculo y dignidad: estudios muestran que apenas un 13 % de las personas en situación de calle ha tenido algún nexo con la delincuencia, lo que evidencia que la mayoría no representa un riesgo para nadie. Su herida más profunda no es la inseguridad que otros les atribuyen, sino la ruptura de los lazos afectivos y comunitarios que un día los sostuvieron. Reconocer esta realidad nos invita a mirar con empatía, tender la mano y sanar juntos la fractura social que los mantiene al margen.
“Lo fundamental es que las personas se sientan acompañadas, tengan la posibilidad de ser escuchadas realmente”, comenta Matias Sur, confundador de Callejeros Nocturnos, una de las organizaciones que recibe las pulseras de la amistad de parte de Huellas y realizan su trabajo semanalmente acompañando a personas en situación de calle.
“Que reciban un trato amable y humano” remarca. Su reflexión recuerda que, más allá de la ayuda material, el gesto de mirar a los ojos, preguntar el nombre y sostener una conversación sincera puede abrir un espacio donde la dignidad florezca y la soledad afloje su nudo.
Así, las pulseras suman un componente emocional a esa asistencia integral. Esto se convierte en un regalo valioso para las personas en esta situación, pero también tiene un impacto significativo en quienes las crearon.
El poder transformador de pensar en el otro
Esta fuerza sanadora se revela cada vez que, en torno a una misma mesa, adultos mayores, niños y voluntarios tejen pulseras que cruzan las calles hasta llegar a manos desconocidas.
Para Huellas, acompañar significa crear espacios sencillos donde todos puedan participar y sentirse incluidos. Con los niños, se proponen juegos que fomentan el movimiento, la cooperación y la risa; cada sonrisa compartida fortalece la confianza mutua. Con las personas mayores, el acompañamiento se centra en actividades recreativas ligeras y conversaciones que despiertan recuerdos valiosos. Cuando un voluntario hace una pausa para escuchar una anécdota o toma la mano de quien necesita apoyo, se revela el verdadero sentido del cuidado: ofrecer tiempo, atención y afecto, y descubrir que nuestro propio valor surge al imaginar la alegría del otro. Así, cada momento compartido teje una red de solidaridad que fluye de persona en persona y hace que la dignidad crezca gracias a la presencia mutua.
Para las personas mayores, la experiencia revitaliza su sentido de utilidad y pertinencia: sus manos experimentadas guían las puntadas y sus historias inspiran a los más jóvenes. Para las infancias, tejer junto a voluntarios siembra la semilla de la paciencia, despierta su creatividad y cultiva una empatía que trasciende las distancias generacionales. Para quienes ayudan en la actividad, la mezcla demuestra que la solidaridad no fluye en un solo sentido: aprenden a escuchar otros ritmos de trabajo, a ceder protagonismo y a valorar la riqueza del intercambio de saberes.
Quien anuda una pulsera no sólo regala un objeto, sino que deposita tiempo, memoria y sueños en cada vuelta del hilo; al hacerlo, descubre que su propio valor radica en la capacidad de imaginar la alegría del otro. Así, el simple gesto de “pensar en alguien” se convierte en un acto transformador que dignifica tanto a quien crea como a quien recibe, mientras teje una red intergeneracional donde la solidaridad se aprende de mano en mano.
Así, cada acción en Huellas se convierte en una lección viva de cooperación horizontal: un sábado que enlaza actividades, al mismo tiempo une edades, talentos y afectos en un lazo que perdura más allá del taller.
Redes de afecto que siguen creciendo
Cuando una persona en situación de calle recibe una pulsera hecha a mano y un mensaje cálido, experimenta un alivio inmediato de la soledad: alguien acaba de reconocer su existencia, pronunciar su nombre y dedicarle tiempo; esa validación nutre la autoestima, reactiva la esperanza y, según los psicólogos que acompañan este tipo de intervenciones, disminuye los niveles de ansiedad y tristeza al romper el aislamiento emocional que agrava la depresión.
Pero el beneficio no es unidireccional: quienes tejen y entregan la pulsera también ven fortalecida su salud mental, porque el acto altruista les aporta sentido de propósito, refuerza su identidad como agentes de cambio y libera en el cerebro una “dosis” de oxitocina y serotonina asociada a la gratitud y la conexión social.
Así, mientras los receptores sienten que vuelven a pertenecer a una trama humana, los voluntarios comprueban que su tiempo y sus manos son valiosos, lo que reduce el estrés, eleva la satisfacción vital y previene el llamado “desgaste por compasión”. En última instancia, ambos extremos del gesto solidario, quien da y quien recibe, se convierten en eslabones de un mismo círculo virtuoso: un intercambio de cuidado que repara heridas internas y demuestra, con evidencia vivencial, que la salud emocional florece cuando la empatía se convierte en acción.
Todos podemos marcar la diferencia en la vida de alguien, sin importar quiénes somos o de dónde venimos. La solidaridad y el voluntariado son herramientas poderosas que tienen el potencial de sanar corazones, unir comunidades y fortalecer nuestra conexión con el prójimo. Porque, al final del día, todos necesitamos amistad, apoyo y la certeza de que no estamos solos.
Organizaciones con las que se puede colaborar
Huellas: es una ONG que, todos los sábados, reúne a voluntarios para llevar compañía, actividades y alegría a hogares de personas mayores, comedores y hogares de niños. Su misión es generar experiencias que transforman tanto a quienes ayudan como a quienes son acompañados. Para participar, se puede visitar su página web, donde se explica de qué se trata, y desde el mismo enlace es posible inscribirse como voluntario: https://huellas.social/
Asociación Tiempo de Dar: Una Asociación Civil sin fines de lucro dedicada a brindar ayuda solidaria a quienes más lo necesitan. A través de distintas iniciativas y espacios de acompañamiento, busca sembrar empatía, contención y esperanza en los sectores más vulnerables de la comunidad, promoviendo el compromiso colectivo y el valor de dar desde el corazón. https://www.instagram.com/tiempodedar.ong/