Por Daniela Garanzini para el CONICET Mar del Plata

El 25 de noviembre es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, declarado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1999. En este marco, la investigadora del CONICET en el Instituto de Psicología Básica, Aplicada y Tecnología (IPSIBAT, CONICET-UNMDP) Ana Ostrovsky explica cómo surgió esta efeméride y de qué manera se resignifica en la actualidad. “La fecha se instaló a partir del asesinato de las tres hermanas Mirabal en República Dominicana en 1960. Ellas luchaban por los derechos de las mujeres en medio de en la dictadura instalada en aquel país. Esta efeméride convoca a la conciencia sobre la lucha de las mujeres contra la violencia, que va desde los micromachismos o violencias simbólicas más sutiles, hasta el exterminio físico”, afirma la científica.

La especialista señala que la violencia física es la punta de un iceberg de otras violencias, que pueden ser simbólicas, políticas, sociales y económicas, entre otras, donde el femicidio es la forma más extrema y rotunda. “Quienes investigamos sabemos que estas violencias están entrelazadas. No se encuentran la violencia económica y la simbólica aisladas del exterminio de mujeres. Desde el sentido común se entretejen discursos que subordinan a las mujeres, las cosifican con discursos que tienen como última consecuencia la violencia física. Pero tenemos en claro que para evitar este último paso hay que reconocer y combatir todos los tipos de violencia”, sostiene la investigadora.  

La especialista añade: “La ciencia es una empresa social y por eso no está ajena a los valores sociales en un momento dado. En sociedades donde hay machismo, etnocentrismo, racismo y misoginia, no se puede esperar que la ciencia sea neutral y no tenga los mismos sesgos de la sociedad de la cual forma parte. La ciencia ha sido, muchas veces, vehículo de legitimación y justificación de valores que se traducen en violencia hacia las mujeres, pero también motor de señalamiento de injusticias epistémicas”.

Ostrovsky describe que la violencia dentro del sistema científico se hace evidente, por ejemplo, cuando vuelve secundario el papel de las mujeres como científicas o cuando la producción de conocimiento asume al varón blanco occidental como su principal parámetro. Y agrega que esta condición generó que, por ejemplo, se utilizaran valores científicos para justificar que las mujeres no tengan los mismos derechos civiles. “Que las mujeres no votasen era violencia política y durante mucho tiempo no tuvieron la misma voz que un varón. Desde la ciencia se planteaba que el cerebro de ellas tenía menos circunvoluciones y por lo tanto su inteligencia era más precaria y más proclive a ser sugestionada y entonces ese voto no podía valer lo mismo que el de un hombre”.

Ostrovsky se dedica a investigar la psicología de la mujer en su carrera científica, una asignatura que surgió a fines del siglo XIX como disciplina autónoma de conocimiento. De acuerdo con la investigadora, la psicología tomó, tradicionalmente, al varón como parámetro y se desarrolló como ciencia y profesión tomando como única fuente de conocimiento epistemológico al varón, mientras las mujeres eran entonces definidas como lo no varón, el otro respecto del varón o el segundo sexo. “Las mujeres fueron definidas durante mucho tiempo y validadas por la ciencia en oposición al varón que es considerado racional y proactivo en sus habilidades de dominio del mundo, entonces la mujer es emocional, ‘para adentro’, hábil en la casa, para cuidar a los demás. En estos pares de activo-pasivo, adentro-afuera se constituyó todo el saber psicológico. Pero también hay una ciencia crítica, que va de la mano de los feminismos, que ha podido interpelar a la ciencia y realizar una crítica de esos sesgos”, reflexiona la psicóloga.

Para Ostrovsky, estudiar la psicología de las mujeres es importante para desentrañar los procesos históricos que se cristalizaron en la ciencia sobre las mujeres y que hoy que se toman como conocimientos científicos dados y tienen consecuencias directas en la vida de las personas. “En la historia de la psicología encontramos que se reforzaron conceptos como el de mala madre o mujeres contra-natura cuando no deseaban maternar. Este deseo era visto como un instinto, entonces la decisión de no tener hijos se patologizó: si no deseas ser madre tenés una condición perversa que debe ser tratada. Este diagnóstico causó angustia y preocupación a muchas mujeres a lo largo de la historia y está vinculado a un sesgo androcéntrico que ubica a la mujer en un terreno muy específico de la casa y de la reproducción”, asevera Ostrovsky.

La investigadora resalta que, en muchas ocasiones, la violencia también fue patologizada y por eso es importante estudiar la historia de la psicología con perspectiva de género. Y puntualiza: “Si una mujer es maltratada y no se va del lugar del maltrato muchas veces es culpabilizada y se asume que no quiere salir. Pensarlo así, como si fuese una condición psíquica individual, es también un tipo de violencia. Quizás la persona violentada no tiene las herramientas para poder hacerlo, pero además la situación individual se produce dentro de la trama social, que ubica a la mujer en una posición frágil, subordinada, pauperizada, sin redes y con discursos que legitiman la asimetría en un contexto patriarcal”.

“Históricamente se culpabilizó a la víctima y eso está cambiando paulatinamente, aunque los cambios son lentos. Si bien sabemos que la ciencia cambia rápido, los prejuicios tienen otros tiempos, van de generación en generación, aunque a veces hay mucha información y concientización sobre la violencia hacia las mujeres los prejuicios actúan y están a la orden del día y eso incluye a toda la sociedad, también a quienes hacen ciencia”, reflexiona Ostrovsky.

La especialista explica que cuando se pone el foco en la ciencia se observa una estructura piramidal en la distribución por géneros dentro de la carrera científica del CONICET, que es el organismo de ciencia más grande del país. De esta manera, el primer escalafón de la carrera está conformado en un sesenta por ciento de mujeres, a medida que se avanza de categorías se reduce este número y al llegar a la última categoría no superan el treinta por ciento. “¿Qué pasa en el medio? ¿qué sucede en el proceso de profesionalización de ellas que las detiene en el camino? Hay fenómenos como el techo de cristal o el piso pegajoso que hace que las mujeres por distintas cuestiones no puedan acceder a los lugares más prestigiosos o de mayor toma de decisión. Pero, además, dentro del sistema, las personas se relacionan y en esas relaciones hay violencia, acoso, violencia laboral, desestimación, ninguneo y actitudes machistas. Un ejemplo repetido que se ve es que las mujeres tienen que demostrar muchas veces más y mejor sus logros que un par varón, y eso es debido a los sesgos que están presentes y operan también en la ciencia”, asevera Ostrovsky.

En ese sentido, en el 2019 el CONICET inició la implementación de espacios como el Observatorio de Géneros y Espacio de Atención de Violencia Laboral y de Género (EAVLG) en todos los Centros Científicos y Tecnológicos donde hay agentes de intervención y referentes que descentralizan y promueven la toma de conciencia de la violencia laboral y de género. La investigadora Ana Ostrovsky, además de su contribución en la Psicología de la Mujer y sus aportes para señalar y corregir los sesgos dentro de la ciencia en distintos momentos de la historia, es referente del EAVLG del CONICET Mar del Plata.

“Hemos encontrado casos de violencia laboral hacia mujeres, sobre todo en relación a los ciclos de las mujeres que involucran la maternidad en función de la carrera científica. Los tiempos cronológicos se contraponen con los tiempos de publicar, de producir y entonces decisiones como gestar, adoptar o dedicarse a tareas de cuidado, que son históricamente realizadas por mujeres, interfieren en su desarrollo profesional”, relata Ostrovsky.

La especialista señala que es necesario visibilizar la presencia de mujeres en trabajos científicos, pero también la doble carga laboral que ellas tienen a través de actividades de sensibilización en los espacios de trabajo. “Es un trabajo de hormiga, en el que estamos trabajando, ya no sólo el personal experto en género, sino todas las personas que pueden señalar que hay chistes que no son humor, que no se opina de los cuerpos ajenos ni de cuestiones discriminatorias sobre el género de nadie. Todas estas son pequeñas transformaciones que se están dando en el terreno social y, por lo tanto, también en la ciencia”, concluye la investigadora.


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