Por: Roberto Garrone
Esta semana el Consorcio Portuario movió dos fichas en el tablero de la chatarra flotante que se dibuja entre los muelles interiores del puerto marplatense.
El “Don Luciano”, un fresquero de casi 50 metros amarró en el varadero de la Base Naval, y el “RIbazon Dorine”, terminó amarrado a muelle tras haberse reflotado el año pasado del fondo del espejo portuario.
Ambos tendrán el mismo proceso: se limpiarán de hidrocarburos, cortarán y reducirán hasta la mínima expresión, hasta que sus partes entren en un camión que los retire del puerto hasta su por completo y sus partes saldrán en camiones hasta su destino final.
Para tener una idea de lo vital que resultan estos movimientos hay que pensar que del total de metros operativos de muelle que dispone la terminal portuaria, un tercio lo ocupan barcos inactivos que ya no hacen otra cosa que obstruir su desarrollo.
Mucho desarrollo igual no hay, no se vayan a creer más allá que seguimos siendo el principal puerto pesquero del país. Y el principal en transportar la carga exportable por otros puertos, lejanos a donde se produce, pero esa es otra historia.
Porque a esos metros inutilizados por chatarra hay que sumar los espacios que se utilizan como talleres navales flotantes. Algunos menos importantes, en la escollera norte, y otros más trascendentes como los que ocupa Moscuzza en el muelle 2 con la puesta en valor del Stella Maris, a 50 metros del acceso a las Terminales 2 y 3.
El “Don Luciano” será el segundo barco que se terminará de desguazar en el varadero de la Base Naval. Manos anónimas ya sacaron todo lo medianamente redituable y de valor que mantenía el pesquero de Caputo mientras estuvo amarrado en el muelle 3 y el 2 bajo estrictas condiciones de impunidad.
Moscuzza compró el permiso de pesca para distribuir la cuota de merluza entre los suyos pero el buque ya estaba totalmene vandalizado.
En el varadero de la Base todavía flota la batea del “Magritte”, el buque de Solimeno que subió en septiembre y todavía esperan a un guiño de la naturaleza para poder ponerlo en seco y demoler los bloques de hormigón que constituyen la base del casco.
Tantas vueltas que dieron con el cabrestante, que nuevo, que usado, que consultas con astilleros, que pruebas de tiro, que estudios de la UTN, para terminar esperando una pleamar que ayude para aliviar su fuerza y subirlo a la parte superior del varadero.
En seis meses de trabajo sobre el “Magritte», Lusejo, la empresa encargada de su desguace y la que se comió los casi 3 años desde que se hizo del contrato para remover el buque hasta que tuvo vestigios de realidad, removió 250 toneladas de chatarra.
A razón de un par de camiones por mes, mantener la estructura operativa, el personal, la grúa, los fletes, hacen que la ecuación económica del negocio sea insostenible. Hasta cuándo se quedará Lusejo en la Base Naval manteniendo un negocio que no es rentable es una duda que preocupa en el Consorcio y también entre los armadores que aguardan su turno por un espacio en el varadero.
Cuando Lusejo llegó al puerto en 2018 de la mano de Martin Merlini, el entonces presidente del Consorcio Portuario, y se quedó con casi una docena de contratos por la remoción y desguace de los barcos inactivos, el negocio de la chatarra era más floreciente que ahora.
La chapa naval que se pensaba obtener alcanzaba para pagar el servicio. Y lo que se perdería con aquellos barcos más chicos o más vandalizados terminaría sumando en el volumen. Lusejo creyó en Merlini y la Armada y apostó por una habilitación rápida del varadero para comenzar los trabajos. Hasta trajo una grúa que puso al pie de las instalaciones de la Base.
La herramienta estuvo más de dos años juntando óxido, inmovilizada. El varadero recién se habilitó el año pasado, más de tres años después del primer acuerdo celebrado por la Provincia y el Ministerio de Defensa. La chatarra que la gestión Felizia pudo sacar del espejo interior del puerto y llevarla a los astilleros SPI y TPA, como los dos Chiarpesca, el Mar Azul y San Antonino, no fue suficiente para mejorar la ecuación de Lusejo.
El trabajo en astilleros es incómodo para desguazar barcos. El tiempo se alarga y los costos suben. Para colmo la chapa naval que vale cada vez menos y ya ni cubre los costos operativos. Y las empresas no quieren saber nada con poner más dinero por sobre la chatarra que entregaron.
En el Consorcio reconocen que hubo demoras con el Magritte como “caso testigo” y porque tuvieron que armar las anguileras, la estructura donde se apoya la batea del buque para subir por el varadero con el cabrestante.
Ahora se esperanzan que el “Don Luciano” demore menos tiempo para pasar al olvido y así ir achicando la lista de chatarras flotantes. En Lusejo ansían lo mismo. No resisten muchas más demoras para mantenerse en un negocio que prometía abundancia y terminó casi marchito.
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