Nicolás Camargo Lescano (Agencia CTyS-UNLaM)- Cuentan que, en su estancia en Nueva York, donde se había instalado para filmar películas, Carlos Gardel conoció a un jovencísimo argentino que tocaba el bandoneón. Forjaron una buena relación y tan impresionado estaba el “Zorzal criollo” con su virtuosismo que le pidió permiso a su padre para llevarlo a una gira, como integrante del grupo. El padre se negó por lo joven que era su hijo. Poco tiempo después, Gardel y el resto de la comitiva fallecían en el trágico accidente aéreo en Medellín, como parte de esa misma gira. ¿Quién era aquel niño argentino bandoneonista? Nada menos que Astor Piazzolla, quien marcaría la historia del tango en el siglo XX.

“Piazzolla era un animal escénico, en el sentido de que buscaba – y lo consiguió casi siempre – la centralidad en el mundo cultural argentino. Era un músico frontal, provocador, que iba para adelante, con una energía impresionante. Su estado ideal era la confrontación, el combate por sus ideas estéticas. Por supuesto, era un compositor fantástico, un gran intérprete y un innovador”, analizó, en diálogo con la Agencia CTyS-UNLaM, Sergio Pujol, investigador independiente del CONICET y gran estudioso de la historia de la música del siglo XX en Argentina.

Pujol explicó que, para entender el impacto de la música de Piazzolla, se debe tener en cuenta que, desde la década de 1930 hasta mediados de los ‘50, se extendió la Época de Oro de las grandes orquestas de tango, de los grandes directores y de los grandes cantantes.

“Su primer trabajo realmente importante, de hecho, fue como bandoneonista de la orquesta de Aníbal Troilo, a principios de los años ‘40, mientras tomaba clases de composición con Alberto Ginastera, considerado como uno de los compositores más importantes del siglo XX en Latinoamérica”, detalló Pujol.

A ello le seguiría, pocos años después, la fundación de su primera orquesta. “La de 1946 fue una orquesta típica, en cuanto a su estructura –fila de bandoneones, fila de cuerdas, contrabajo, piano- y la pulsación bailable, aunque pocos bailaron con ella. Fue el primer reservorio de su saber académico aplicado a las formas populares. Pero, por ese entonces, su sueño mayor era convertirse en un compositor sinfónico, de música ‘culta’”, explicó el investigador.

Ese deseo cambiaría en la década del 1950, en un viaje a París para perfeccionarse y para trabajar. “En Francia, estudió con Nadia Boulanger, gran pedagoga francesa, quien le preguntó qué hacía en su país. Como Astor le contó que era músico de tango y le tocó al piano ‘Triunfal’, uno de sus tangos, Boulanger quedó notablemente impresionada y le dijo que debía seguir ese camino, y no la música académica. Fue un momento epifánico, al menos así lo recordó Astor toda su vida”, relató.

Por ese entonces, tanto el tango como el folklore eran los géneros más populares e implicaban un trabajo activo para los músicos, según reconstruyó Pujol: “Piazzolla gana experiencia en años pródigos para las grandes orquestas. Se trabajaba en la radio, se grababan discos, se presentaban en los clubes sociales y deportivos, especialmente en los fines de semana y en los carnavales”.

“Si bien hacía tango tradicional, Piazzolla no dejaba de introducir cierta complejidad armónica y de contrapunto, las materias que había aprendido de la música académica. Pero al mismo tiempo era un gran degustador del jazz, género que había descubierto de niño en las calles de Nueva York”, explicó Pujol. A partir de la formación del Octeto de Buenos Aires, aparecería un Piazzolla “influenciado fuertemente por el jazz. Un Piazzolla vigoroso y de gran originalidad, pero muy cuestionado por el establishment del tango”.

Amores y odios

Pujol consideró que el ambiente en que se formó Piazzolla era claramente tanguero. “En algún momento él fue el hijo pródigo de la cultura del tango, una especie de niño mimado, la nueva promesa. Eso explica, de alguna forma, por qué despierta tanta bronca entre los guardianes de la tradición, aquellos que afirmaban que su música no era tango. O peor aún: que era el anti tango”, aportó el investigador. “En cierto modo, Piazzolla fue el cismático de la cultura argentina”, agregó.

¿Y en qué aspectos radicaban las críticas de estos sectores más tradicionalistas? De acuerdo a lo analizado por Pujol, al bandoneonista se le criticaba que con su música no se pudiera bailar, que estuviera sobrecargada de notas, que fuera demasiado pretenciosa. Y, como una suerte de rivales de antagonismo deportivo, surgían detractores y defensores de la música de Piazzolla, con fuertes niveles de pasión.

“Carlos Rodari, gran comunicador social y que hizo radio durante mucho tiempo, cuenta, por ejemplo, que cuando pasaba música de Piazzolla iban al estudio para agarrarlo a las trompadas. Y había taxistas que no querían llevarlo, del mismo modo que estaban -los menos – que no le querían cobrar.”, recordó el investigador del CONICET.

La bronca y resistencia de muchos sectores más tradicionales contrastaría con su consagración para otros ambientes. “Tenía sus fans, los militantes de su música. En los años 60 y 70 recibió el apoyo de revistas como Panorama y Primera Plana, además de ganarse un lugar en el gusto del público rockero. Las revistas Pelo y Expreso Imaginario, por ejemplo, siempre lo respetaron y ponderaron”, desarrolló.

“Lo que sucede es que, en tanto descarriado del tango, expulsado de su Edén, Piazzolla conquista nuevos acólitos, construyó un público. El mismo que disfrutaba del jazz moderno, la bossa nova, la música clásica. De esta forma acrecienta capital simbólico un poco por fuera del mundo del tango”, apuntó Pujol.

Las claves para este enorme reconocimiento, aparte de su impronta innovadora, residen, según el investigador, en su notable versatilidad musical, sin perder nunca su estilo. “Escribía muy bien su música, para diferentes formatos y circunstancias. Hizo una ópera popular (la “operita” “María de Buenos Aires”), compuso música para cine, interactuó con músicos de jazz como Gerry Mulligan y Gary Burton, escribió baladas con letras de Horacio Ferrer, mostrando así su lado lírico y de gran melodista. Lo curioso es que, por un lado, hizo todo para ensanchar el tango hasta lo imposible, pero, al mismo tiempo, esperaba que ese mundo del que provenía lo aprobara y aceptara. Quería que su ‘nuevo tango’ fuera el último capítulo de un legado. Nadie pensó a la Buenos Aires moderna como él”.

Para Pujol, sin duda alguna, el género sobre el que Piazzolla más sabía era el tango. “Cuando hablaba de ese género, hablaba con propiedad y rigor, conocía a todos los músicos, todos los estilos. Y esa calidad “tanguística” está en sus discos y composiciones”, destacó.

A la vez, se le sumaría el costado de intérprete, ya que, para el investigador, “Piazzolla le ponía tanto a sus interpretaciones, en cuerpo y alma, que no hay nada como escuchar su música interpretada por él mismo. Y no es algo que se pueda decir de muchos músicos de su generación. No es sencillo autonomizar sus composiciones de su don para la interpretación”.

El historiador consideró que estos últimos años son una buena ocasión para “analizar y pensar el lugar que ocupó Piazzolla en la cultura musical argentina”. “Tal vez uno de los problemas, pensando en el desarrollo de sus líneas, es que su música parece dotada de una perfección invencible. Tiene al menos la apariencia de una música acabada, sobre la que no parece haber posibilidades de continuidad, como si Piazzolla, de alguna manera, hubiera cerrado la historia del tango y de eso modo hubiera condenado a sus hipotéticos continuadores o exégetas al fracaso”, analizó.

Más allá de estas cuestiones, el historiador consideró que Piazzolla tuvo una gran proyección global en los últimos años. “Hay discos de artistas extranjeros dedicados íntegramente a su música, cosa que no pasa con ningún otro músico. Es, sin duda alguna, el músico argentino más conocido en el exterior. Por su discos, por el recuerdo de sus conciertos y también por el desafío de reinterpretarlo”, concluyó.


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