Con una Santa Misa celebrada en la Catedral de los Santos Pedro y Cecilia, la Diócesis de Mar del Plata clausuró el Año Jubilar 2025, vivido en comunión con toda la Iglesia universal.
La Eucaristía fue presidida por el obispo diocesano, monseñor Ernesto Giobando SJ, y concelebrada por el obispo emérito de Chascomús, monseñor Carlos Malfa; el obispo auxiliar de La Plata, monseñor Federico Wechsung; el vicario general, presbítero Hernán David; el presbítero Ezequiel Kseim, párroco de la Catedral y postulador de la causa de canonización del beato Eduardo Francisco Pironio; y más de una decena de sacerdotes.
En el marco de la celebración se bendijo una imagen del beato cardenal Eduardo Francisco Pironio, segundo obispo de Mar del Plata, entronizada en un nuevo altar construido en la nave izquierda del templo catedralicio, junto con su reliquia.
Al iniciar su homilía, monseñor Giobando recordó que “esta Eucaristía marca el final de este Año Santo que comenzamos hace ya un año, en la Navidad pasada”, un jubileo cuyo eje fue “la virtud teológica de la esperanza”. Agradeció a Dios y al Papa Francisco por haber propuesto este camino para toda la Iglesia, subrayando que se trata de “esta esperanza que no defrauda y que a todos nos atraviesa”. En ese contexto evocó también la reciente partida del Santo Padre, por cuya vida “hemos llorado y hemos agradecido a Dios”.
El obispo destacó el significado eclesial de concluir el jubileo con la bendición del altar del beato Pironio, señalando que “tener como obispo antecesor a un beato es algo que nos exige, pero al mismo tiempo nos da confianza, porque tenemos un intercesor en el cielo que nos acompaña y nos anima”.
En referencia al Evangelio proclamado, en la fiesta de la Sagrada Familia que coincide con el recuerdo de los Santos Inocentes, monseñor Giobando afirmó que no se trata de “un día para bromas”, ya que la matanza ordenada por Herodes muestra cómo “a las pocas horas de haber nacido Jesús aparece la violencia del poder que tiene miedo”. Subrayó que José, María y el Niño debieron huir a Egipto “no como turistas, sino como migrantes, expulsados y perseguidos”, imagen que hoy interpela a tantas familias que “tienen que llevarse lo puesto para encontrar una tierra donde poder vivir en paz”.
Desde allí, llamó a no clausurar la esperanza con el cierre del Año Santo, porque “no es que concluya la esperanza, sino que tenemos que reanimarnos en esta virtud”. Reconoció que hay “un mundo bastante oscuro, gente que ya ha dicho ‘no espero más nada’, personas solas, frustradas”, y recordó que quienes celebraron el jubileo están llamados a “llevar esperanza a este mundo”, especialmente a los jóvenes, mostrándoles “no un camino de ilusiones, sino el camino cierto, trabajoso y exigente, la puerta estrecha y el camino angosto del Evangelio”.

Al evocar la figura del beato Pironio, recordó la histórica Marcha de la Esperanza realizada en Mar del Plata, organizada por jóvenes y abierta a todo el pueblo de Dios, y que tuvo su origen cuando el hoy beato era obispo de la diócesis. En ese marco afirmó que Pironio puede ser reconocido como “profeta de la esperanza”.
Monseñor Giobando propuso, a la luz del legado del beato, tres rasgos para la Iglesia de hoy: una Iglesia de comunión, “donde somos llamados a ser uno, incluyendo a todos, no para expulsar sino para recibir como hermanos”; una Iglesia participativa, que dé lugar “no al lugar que nosotros asignamos, sino al que cada uno busca”; y una Iglesia en salida misionera, porque “la misión no es un deseo, tiene que ser una acción concreta”, comenzando por el ámbito más desafiante, la familia, verdadero “santuario doméstico” donde Jesús sigue naciendo.
En un pasaje central de la homilía, citó extensamente al beato Pironio en su oración a María: “María, tú que fuiste enriquecida por la presencia del Señor en tu pobreza, ayúdanos a desprendernos de todo, ayúdanos a ser radicalmente pobres, para comprender quiénes son los pobres de hoy, cómo tenemos que ir a ellos, cómo tenemos que amarlos”. Y continuó: “Haz que nuestra vida sea un peregrinar de fe, un depender totalmente de la voluntad del Padre; que sea una constante donación de servicio a nuestros hermanos, para que la pobreza nos haga verdaderamente libres, fecundos, hombres y mujeres de esperanza”.
Finalmente, monseñor Giobando concluyó con las palabras del testamento espiritual del beato Eduardo Francisco Pironio, pronunciadas casi literalmente: “Quiero morir tranquilo y sereno, perdonado por la misericordia del Padre, la bondad maternal de la Iglesia y el cariño y comprensión de mis hermanos. No tengo ningún enemigo, gracias a Dios. No siento rencor ni envidia a nadie”. Y dejando a todos “en el corazón de María, la Virgen pobre, contemplativa y fiel”, encomendó a la diócesis para que el camino jubilar continúe dando frutos de esperanza en la vida cotidiana del pueblo de Dios.
