Por Noelia Salomone
Habían pasado 80 años del nacimiento de Cristo. Y Tito, emperador de Roma dejó constancia de su conocimiento sobre cómo las emociones determinan las decisiones. Su propósito era quedarse en el gobierno y las cosas no andaban bien. El 24 de agosto del 79, el volcán Vesubio entró en erupción dejando enterrada a la ciudad de Pompeya. Curiosamente, diecisiete siglos después, al ser descubierta bajo los escombros volcánicos; todo estaba como ese 24 de agosto. Graffitis y escritos en las paredes testificaban serios problemas políticos.
Un segundo fuego cae sobre la ciudad un año después. El incendio deja a la tercera parte de la población bajo cenizas y, la peste se ocupa del resto. La incertidumbre en la cual estaban sumidos quienes habían quedado con vida y en Roma, era total. Y, Tito lo sabía.
Fue entonces que apresuró un dispositivo de toma de decisiones.
Ordenó la culminación del Coliseo. Lo inauguró, y durante cien días y cien noches persuadió a su gente con pan y espectáculo gratis. El célebre pan (1) y circo, le entregó al emperador la continuidad de su gobierno.
Conocía a la perfección el efecto del sensacionalismo y del descuido racional que arroja la incertidumbre permanente.
Según la ciencia contemporánea (y, Tito), los cerebros expuestos al sensacionalismo, anulan las áreas relacionadas con la razón, quedando afectado sólo por emociones de felicidad o indignación. El legendario dedo hacia arriba like (vive), dedo hacía abajo no like (muere). El pueblo quedó intencionalmente alejado de la realidad, anulados en desear y desarrollar una realidad superadora.
El paso del tiempo poco ha modulado eventos históricos de tan penosas características. En estos casos, como a menudo ocurre, mientras nada cambie todo está permitido.
Regresemos a la ciencia . El cerebro actúa en ritmos de activación y desactivación. Una zona se enciende y otra se apaga. Al sentir miedo (o incertidumbre) se activa un centro neuronal llamado amígdala y se desactiva la corteza prefrontal (relacionada al manejo de los mecanismos electivos). Y, hay algo más, el hipocampo sufre una severa pérdida de actividad y con ello la disminución de la memoria.
Podemos aventurar entonces, que el viejo Tito Flavio Vespasiano y nuestra ciencia sostienen que las emociones son las decisiones de la vida cotidiana. En efecto, hoy es postmoderna, neoliberal, utilitaria pero sigue siendo natural y acaso inevitable el pan, el circo, el estrés, la ansiedad, el miedo y la depresión.
Dado que los estados afectivos negativos influyen directamente en nuestras decisiones ,hablemos de ellos:
iniciemos con la depresión ( hoy primera epidemia en este lado del mundo, y tal vez del otro). Recordando a C. Ballús, «si un trastorno humano merece ser calificado de ‘antropológico’, aquel es la depresión». Al parecer (para quienes defienden esta teoría) la depresión es biológica. Es una reacción primitiva que cargamos. Proviene de interpretar la realidad como injusta. La corteza reptiliana del cerebro dice: “se está por terminar la comida, no te muevas, no gastes energía, inmovilìzate “ y caemos en un estado de hibernación, como un oso. Y, desde allí decidimos.
El estrés, alerta exagerada frente a peligros reales (en el mejor de los casos) e irreales (en su mayorìa). Dice McGilchrist que todos llevamos en nosotros un cerebro sabio ,pero no lo escuchamos. Infravaloramos toda sabiduría natural e individual y sobrevaloramos la inconsciencia colectiva.
La ansiedad; miedo al futuro, que además, nos obsesiona . La mente cree que es dueña del show del futuro, pero sólo es un personaje secundario . La única seguridad que tenemos es que todo cambia.
El miedo. El miedo se nos pega. Se pega en los pensamientos, emociones y consecuentemente en las acciones. No interesa si es por experiencia propia o ajena, el cerebro lo corta de cualquier lugar y lo pega. Y, se nos pega y se lo pegamos a quien desee escucharnos.
El miedo nos reduce tanto hasta convertirnos en la sombras devastadas de nosotros mismos. Pues nos convence (y esto en extremo desafortunado) que no podemos superarlo, que no tenemos habilidades o coraje para ello. Obedeciendo, respondemos con pereza. Como osos hibernando no deseamos desafiar nuevas oportunidades . Entonces, para justificar tal patética decisión, nuestro cerebro busca exaltadas justificaciones que avalen las tan usadas reacciones del coliseo romano, que además, nos acostumbran a llevar con dignidad .
Dijksterhuis, Bos, Nordgren y Van Baaren (2006), comentan que en decisiones simples, como escoger una toalla para bañarse, puede ser útil detenerse y pensar conscientemente. Sin embargo, observaron que en decisiones más complejas, se es menos reflexivo, por ejemplo, cuando se elige una pareja, decisiones cívicas, económicas o políticas . Este efecto es conocido como el efecto de deliberación sin atención.
La pregunta es : ¿Qué nos ocurriría si nuestras decisiones pasaran a través de un nivel de mayor conciencia o de mayor atención (corteza prefrontal)?
Desde la creación del mundo hay una fórmula (universal y atemporal) muy conocida.
Pensamientos, sentimientos y acciones pasadas; nos llevarán directamente al lugar harto conocido. Sòlo nos brinda “la experiencia de estar desconectados del mundo y atascados en un presente insatisfactorio”(Fahlman,2013)
La cincuentena de existencia que dediquemos en esperar diferentes resultados, será en vano. Es ley,como la gravedad.
El mundo está lleno de personas, entre las que me incluyo, que paulatinamente, con esfuerzo, dedicación y amor hemos desarticulado poco a poco la ley y consecuentemente obtenido importantes resultados.
La Kabalah (antiguo misticismo judio) relata que cuando la nueva información (in -entra formación- forma ) llega a nosotros y la incorporamos ( estado de consciencia) se producen cambios a nivel intracelular (entra y nos forma). Con delicada parsimonia, dos cabalistas me explicaron el proceso. A medida que vamos estudiando e incorporando nuevas ideas, reflexiones, aprendizajes, la naturaleza celular humana cambia y con ello la manera de ver y estar en el mundo.
La Psiconeuroinmunoendocrinología , (Doctorado de la Universidad Favaloro) coincide con mis queridos amigos cabalistas.
Ahora bien, demos un paso más ¿Cómo podemos dilucidar el modo que vemos y cómo estamos en el mundo?. Fácil, observando nuestra realidad inmediata. El mundo físico es una reacción del observador. Vemos afuera sólo aquello que se encuentra en nuestro interior. Es bien conocido el punto de vista del psicoanálisis; el inconsciente más profundo es todo aquello que nos rodea. La realidad exterior es sólo un espejo incómodo o amable de la interior. Sea individual (Freud), sea individual y colectiva (Jung).
Con acierto podemos decir que vemos sólo aquello que es afín a nosotros. El lector reconocerá aquel antiguo relato que describe a los aborígenes americanos y su sorpresa al ver extraños seres salir del mar. Muy sensibles a la naturaleza y al cielo, no conocían los barcos y no los vieron .
Todo lo que elegimos es en relación a lo que vemos, y sólo vemos aquello que nos resulta afín. Ilustremos con un ejemplo. La honestidad. Incluir la honestidad como eje central en nuestras decisiones. Arbitrariamente me dirìan: imposible, hoy no existe la honestidad. Pero en rigor, por creencia hemos decidido que la honestidad no existe. ¿Alguien puede ver algo que no existe? Pues no. No vemos aquello que no es afín a nosotros. Entonces, ¿qué hacer ? Romper la regla. Darle vida a la honestidad. Dar el primer paso.
Pasaron 2103 años, tal vez no nos encontramos en el estado evolutivo para decidir más allá del pan y circo, pero sí contamos con la información y la consciencia mental , que nos habilitarà al paso evolutivo, pudiendo dejar atrás dolorosos síntomas de inconsciencia colectiva.
Lo que sirve para cambiar el mundo, se encuentra en el lugar en el que esté nuestra mente.
“Cada mañana cuando el hombre se despierta debe preguntarse:¿Cuál es el sentido de este día? “
Rabì Alexandre Safran (1910-2006)
(1) – Aplicado como objeto de manipulación para las masas. No desde su significación sagrada.
Noelia Salomone
@mindfulnes.ns