(Por Hugo F. Sánchez y Alfredo Ves Losada) La 38va. edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata tuvo el inicio de su Competencia Internacional con la proyección de la película nacional «Elena sabe», de Anahí Berneri, seguida por la estadounidense «LaRoy» de Shane Atkinson.
Por su parte, «Lagunas», de Federico Cardone, y «Adentro mío estoy bailando», de Leandro Koch y Paloma Schachmann, dieron el puntapié inicial de la Competencia Argentina; en tanto que «El viento que arrasa», de Paula Hernández, fue la encargada de abrir el certamen de la sección latinoamericana.
Luego de la gala de apertura de ayer por la noche en el teatro Auditorium, que contó con la presencia del ministro de Economía y candidato presidencial de Unión por la Patria (UxP), Sergio Massa, que hizo una fuerte defensa del cine nacional ante las amenazas de la coalición La Libertad Avanza (LLA) de cerrar el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) en caso de ganar las próximas elecciones, el certamen se puso en marcha hoy con cinco buenas propuestas.
Puntual, con la inmensa sala del Auditorium casi llena a las 9 de la mañana mientras afuera el frío y la lluvia reforzaban las ganas de estar en una sala de cine, la esperada «Elena sabe», de Berneri con el protagónico de Mercedes Morán y Érica Rivas, mostró un relato denso sobre la relación de una madre y su hija, la vejez y la cuentas sin saldar de una difícil convivencia de años.
Basada en la novela homónima de Claudia Piñeiro, el filme de Berneri («Alanis», «Un año sin amor», «Aire libre», «Por tu culpa»), que se estrena comercialmente en salas el 16 de noviembre y el 24 en la plataforma Netflix, tiene como protagonista a Elena (Morán), que a pesar de padecer Parkinson, con un cuerpo que apenas le responde y sus facultades mentales en deterioro, inicia un amargo recorrido en busca de pistas para encontrar al responsable de la muerte de su hija Rita (Rivas), que falleció inesperadamente.
Con breves flashbacks que dan cuenta de la tortuosa relación que mantuvieron durante toda la vida y que alcanzó el pico máximo de dolor desde que Elena se enfermó y Rita empezó a cuidarla, la película abre interrogantes sobre la maternidad y la culpa que se muestra a través de los difíciles desplazamientos de la madre con una voluntad férrea, encorvada por la enfermedad, con la mirada hacia abajo, que no le permite ver normalmente y, sobre todo, ver hacia su propio interior.
El otro título de la Competencia Internacional que se vio hoy fue «LaRoy» del estadounidense Shane Atkinson, que como bien definió en la presentación que hizo el director artístico del Festival, Pablo Conde, se trata de un film que puede encuadrarse en el Neo-noir.
Ray (John Magaro) es manso, se deja maltratar por todo el mundo, un pequeño universo que incluye a su esposa Stacy-Lynn (Megan Stevenson), que alguna vez ganó el concurso de belleza del pueblo, y su hermano Junior (Matthew Del Negro), que lo explota en la ferretería que ambos heredaron.
Hundido en la desesperación por las humillaciones que soporta estoico, en una situación insólita lo confunden con un asesino a sueldo, al que le encargan un trabajo que Ray no acepta aunque sí se queda con el dinero, abriendo un abanico de posibilidades hacia el futuro, todas de pésimo y cantado final.
Con una buena pila de cadáveres, personajes increíbles como Ray, que mata pero por amor; Harry (formidable como siempre Dylan Baker), un sicario con un férreo apego a su trabajo y a la tarea bien hecha; el torpe Skip (Steve Zahn), el único que toma en serio al protagonista y lo ayuda desde su oficio de investigador privado (indispensable para el género); verdaderamente, la ópera prima de Atkinson es una efectiva relectura desde la comedia triste e incluso de enredos del Noir, del cine negro, negrísimo.
Por su parte, también pudo verse en esta jornada «Lagunas», el documental hipnótico de Federico Cardone (incluido en la Competencia Argentina), que acompaña a la escritora Liliana Bodoc al desierto y a la infancia.
Cardone -coordinador del Cine Universidad en la Universidad Nacional de Cuyo y director artístico del Festival Audiovisual Graba- se deja llevar por Bodoc hacia el corazón de la comunidad huarpe en una escuela en medio del desierto.
A través de los pliegues de la memoria y con un hilo narrativo por momentos de profunda intimidad del propio director, el filme es un viaje entre el viento y el polvo hacia el desierto y sus silencios, guiado por sus apariciones y su sincretismo, y por seres que «sanan sus penas contando cuentos», como los describió la escritora, que falleció antes de que se terminara el montaje.
La otra película de la competencia nacional que se proyectó hoy fue «Adentro mío estoy bailando», una historia que tiene como protagonista a «un camarógrafo mediocre» que filma casamientos judíos y se embarca en una experiencia de arqueología cultural de casi dos horas junto a una clarinetista de música klezmer, el género nacido en la tradición askenazí.
A mitad de camino entre la ficción y lo documental, Koch y Schachmann conducen la historia -su ópera prima- hacia Europa del Este, detrás de un proyecto fílmico y de las huellas de los romaníes que convivieron con los judíos de esa región antes de la Segunda Guerra, pero, sobre todo, detrás de un romance latente y de un experimento narrativo.
Por último, la encargada de inaugurar el certamen de la sección Latinoamérica fue la argentina «El viento que arrasa» de Paula Hernández, que tuvo su premiere en el Festival de Toronto y compitió en Horizontes Latinos de la última edición del Festival de San Sebastián en España.
Como buena parte de su filmografía («Las siamesas», «Los sonámbulos», «Un amor», «La lluvia», «Herencia»), en su última película Hernández se concentra en las relaciones familiares, sean cual fueren, incluso cuando la familia se limite a dos integrantes, un pastor evangelista que recorre pueblos predicando y su hija, que lo asiste.
El reverendo Pearson (el siempre efectivo Alfredo Castro) es un convencido del valor sanador de su sermón, su hija Leni (Almudena González) lo acompaña y es diligente, pero en plenas dudas sobre la lealtad a su padre que le impone su mismo estilo de vida el descacharrado auto con el que llegan a los lugares más remotos se avería, con lo que que se ven obligados a convivir con el mecánico que les arreglará el auto (el español Sergi López) y su hijo (Joaquín Acebo), otro par en camino a redefinirse.
Al adaptar la novela de Selva Almada, Hernández hace una lectura que se encauza con sus obsesiones, para conformar una historia tensa y fascinante, en donde la violencia va creciendo al ritmo de una tormenta, que da cuenta de la necesidad y la rebeldía de los jóvenes que necesariamente buscan su propia identidad, más allá de los mandatos paternales y religiosos. (Télam)