Por: Roberto Garrone

Hasta hace más de un lustro, cuando el langostino patagónico comenzó a mostrar una abundancia casi que sobrenatural y la flota fresquera de altura puso al marisco en el radar y le pasó por arriba con sus tangones desplegados en aguas nacionales, el puerto marplatense era casi merluza dependiente.

La época dorada para la industria, no para la merluza, se vivió en los años 90, cuando no había zonas de veda permanente ni transitorias se pescaba de manera olímpica: todo lo que cada barco pudiera, todo el año. Entre el 95 y 99 se superó el millón de toneladas desembarcadas.

En emergencia biológica a principios de este siglo a partir de medidas de manejo irresponsables y corruptas que permitieron un sobredimensionamiento colosal de la flota pesquera que operaba sobre el recurso, sobrevivió y se recuperó para que años después se la someta al régimen de asignación de cuotas individuales transferibles de captura y alimentara la caja en el Distrito Pesca cuando valía la pena subdeclararla para no gastar el cupo asignado.

Entre la aparición del langostino y la violación a la ley de pesca que impide la transferencia de cuotas entre barcos fresqueros a congeladores, en los últimos años la merluza se convirtió mayoritariamente el menú principal de la flota factoría.

Es la unidad de negocio más rentable para producir merluza a bordo. Al menos en términos económicos. Medioambientalmente es la que más daño provoca. Coeficientes de conversión al margen, para producir una tonelada, descarta más del triple.

La diferencia de rentabilidad entre el modelo congelador y el fresquero lo expuso el mismísimo Antonio Solimeno en uno de los encuentros con el entonces presidente Mauricio Macri. Con sus barcos congeladores “Tony” tenía una rentabilidad de 800 dólares por toneladas. Con sus fileteros en tierra, perdía 200 dólares cada mil kilos.

Cuando ocurrió esa catarsis de Solimeno la tonelada bordeaba los 3 mil dólares la tonelada. Hoy el mercado no la paga más de 2300 dólares, por lo que esta asimetría de modelos productivos se ha profundizado aún más.

Este desequilibrio ya hizo que empresas integradas se pasen la cuota de un barco a otro y los fresqueros que la devuelven, sin sanción como prevé la ley de pesca, por estar pescando langostino, termina en un fondo de reasignación del que se vuelven a nutrir buques factoría.

Esto ha hecho que en los últimos años la flota congeladora declare desembarques de merluza por sobre la flota fresquera, la cual pesca merluza cuando no tiene otro remedio, pero siempre están buscando otras alternativas más rentables: abadejo, rayas, calamar, magrú, anchoíta; todo es mejor que pescar hubbsi.

La crisis de rentabilidad de la merluza hubbsi repercute en el empleo de la cadena fresquera en tierra. En los últimos cuatro años se han perdido más de 2 mil puestos de trabajo atados a su reprocesamiento.

Los desembarques este año marcan números en rojo en todos sus stocks. El efectivo al Sur del 41°S, el más importante, registra una merma del 19% en los primeros ocho meses del año. En parte se explica porque la flota fresquera pudo pescar más calamar y abadejo.

Un porcentaje similar bajaron los desembarques en el stock del Norte, y en la zona común de pesca, fue aún mayor, un 60%. Si sumamos todas las zonas de pesca, el 2020 aportó casi 50 mil toneladas menos de merluza que en el 2019. Un achique de casi el 30% que se siente particularmente en Mar del Plata, el puerto ex hubbsi dependiente.

Por qué no explotó por los aires la cadena fresquera ante semejantes números. Primero el calamar y luego el langostino generaron ocupación en los frigoríficos de tierra. Para procesar una tonelada de langostino se requiere el triple que para producir una de merluza.

El ocaso de la merluza también queda en evidencia en los números de sus exportaciones. Entre enero y agosto, de acuerdo a un informe divulgado por CAPECA, bajaron significativamente los valores de filetes y las carnes que no se comercializan como tales.

En el caso de los filetes la baja fue del 18% en volumen y del 28% en divisas. En total se exportaron 35 mil toneladas por 97 millones de dólares, sufriendo una caída en el precio promedio del 11,5%. Brasil sigue siendo el principal mercado de la merluza pero demandó un 17,5% menos que el año pasado para esa época, lo que redujo la recaudación en un 27%.

A España, el segundo mercado en importancia, se exportó un 8% menos y en divisas la caída fue del 10%. El mercado que más cayó fue el polaco: se vendió un 53,5% menos que en 2019 y se recaudó un 58% menos.

Para la merluza congelada en presentaciones que exceptúan el filete, la caída no fue tan pronunciada. Se vendieron poco menos de 24 mil toneladas por 34 millones de dólares, lo que representa una baja del 7%y del 15% respectivamente, como consecuencia de una caída del precio promedio del 9%.

Rusia es el principal mercado y a diferencia de lo que ocurrió con la mayoría de los demás países, aumentó la demanda en comparación con el año pasado un 30% aunque en divisas un 21%, como consecuencia de la baja en el valor. España, en cambio, compró un 14% menos y la recaudación bajó un 20,5%.

Hasta el 7 de octubre, según la estadística oficial de la Subsecretaría de Pesca, la flota congeladora ya llevaba declarada más merluza que la fresquera. Contabiliza 87 mil toneladas contra 73 mil de los fresqueros.

Y esa diferencia se ampliará a partir de que el Consejo Federal Pesquero (CFP) asignó días pasados cuota de merluza de la reserva de administración. Entre 10 barcos fresqueros se repartieron 9200 toneladas. Entre 8 buques congeladores se distribuyeron 11 mil toneladas.

La abundancia de langostino y la falta de estímulos para que la flota fresquera opere sobre merluza ha generado que en los últimos años no se alcancen las 290 mil toneladas de captura máxima permisible que otorga la autoridad de aplicación. Tan irrelevante asoma la hubbsi en el tablero actual de la industria que hace cinco años el INIDEP, por diversos motivos, no realiza la campaña global para conocer el estado biológico del recurso.


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