Por Mariano Busilachi – Licenciado en Comunicación Social. Consultor de comunicación política e institucional.

Se está cerrando uno de los años más complejos que ha atravesado el mundo entero. La pandemia de COVID 19 obligó a un cambio significativo de nuestras costumbres y de ciertos paradigmas que creíamos irrefutables. En Argentina, mostró la peor cara de las tantas falencias estructurales que venimos padeciendo hace décadas. Además, desnudó los defectos de un gobierno nacional que nació con una esperanza que, en el fondo, sabíamos que no existía.

Las últimas semanas fueron muy explícitas en cuanto al desarrollo de la dinámica del Frente de Todos. No quedan dudas: Cristina Fernández lidera, Alberto Fernández modera. Increíble pero cierto, como tantas cosas que ocurren en Argentina, la Vicepresidente tiene un rol más predominante que el propio Presidente de la Nación.

Lo llamativo es que el Presidente se ha metido, permanentemente durante toda la pandemia, en callejones sin salida. Con un agregado: sin que nadie lo obligue a ello. Lo más notorio se dio con el tema de las vacunas. En definitiva, su talón de Aquiles fue la gestión de un aislamiento que funcionó a medias.

“Volvimos mejores”. La frase se repitió una y otra vez en diciembre de 2019, cuando la fórmula Fernández – Fernández consolidó su triunfo. La errática gestión económica del gobierno de Cambiemos fue determinante para un regreso que, dos años antes, era impensado. Es verdad, la hábil jugada política de la ex Presidenta logró aglutinar a un peronismo fragmentado. Sin embargo, si se miran los números de los sufragios, tuvo mayor peso el rechazo a una gestión económica que a una unidad anhelada. Con todo el peronismo unido, los guarismos no llegaron al 50%, algo que en otros años podía ser un piso. Así las cosas, el triunfo fue seguro y se inició un camino que traía “nuevos aires”. ¿Los traía realmente?

Con un año de gestión podemos que afirmar que no fue así. Las razones se sintetizan en un solo camino: Cristina Fernández de Kirchner. Así como tuvo la habilidad de elegir al presidente, su personalidad incontenible comenzó paulatinamente a erosionar su gestión. Con sus cartas y su discurso en el Estadio Único Ciudad de La Plata, dilapidó cualquier ilusión de liderazgo del Presidente Alberto Fernández. La Vicepresidente decide el rumbo, las formas, los actores y los enemigos. Desde las sombras o desde las irrupciones intempestivas. Cristina Fernández es la líder.
Un ejemplo muy claro fue la actitud cuasi policial de la ex embajadora Alicia Castro, señalando al vocero presidencial Juan Pablo Biondi de no “aplaudir” a Cristina Fernández en ningún momento de su discurso en el Estadio Único. El tweet fue a raíz del pedido de la Vicepresidente de que los funcionarios, ministros o legisladores que tengan miedo se vayan a “laburar” a otro lado. Lo de Castro es una muestra gratuita de nefasta adulación política.

¿Desde cuándo se acepta esta potestad de señalar con un dedo acusatorio a propios y ajenos? ¿Qué clase de atribución moral es esa? Es la propia Vicepresidenta la que todavía no puede explicar las inmoralidades de su gestión.

Volvió con sed de revancha. Está claro que su obsesión por el lawfare es, simplemente, un ataque a lo que no puede dominar: la Corte Suprema. Ataca a jueces, ataca a funcionarios de su propio espacio. Habla como una verdadera líder de un espacio que ella misma generó. El problema es que ella no preside al país. Y la pregunta, incómoda y preocupante, es: ¿cuándo va a reaccionar Alberto Fernández? ¿Cuándo se dará cuenta que ya no es el jefe de Gabinete de Néstor Kirchner? ¿Cuándo se dará cuenta que es Presidente de la nación?

Fernández tiene que tener el suficiente liderazgo y la firmeza para imponerse como Presidente, para dejar esa actitud pasiva ante las críticas feroces de su compañera de fórmula hacia sus ministros. Incluso, es hasta una actitud de sumisión (¿o de coincidencia?).
Todo el tiempo, en cada discurso, Fernández se jacta de realizar anuncios históricos. Pero la historia lo está pasando por encima. Su compañera de fórmula está cada vez más irascible y se nota en él. Es un Presidente enojado, combatiente, que ha perdido el espíritu dialoguista con el que muchos lo identifican.

Quizás, haya que admitir que Alberto Fernández siempre fue así. Pero, el descontrol que le propone Cristina Kirchner exaspera los ánimos internos y sublima el lado iracundo del Presidente. Así, se ha peleado con periodistas, opositores, jueces, etc. Sabe que como peronista está dejando deudas enormes con la justicia social y que su estrategia ante el COVID 19 tuvo más fallas que aciertos.

Lo de las vacunas es insólito. El gobierno nacional pecó durante todos estos meses del exceso de palabra. Postergó interminablemente la cuarentana y prometió vacunas que no llegan. Justamente, el propio Presidente que se halaga por cumplir sus promesas.

Hoy, sabemos que la vacuna Sputnik V apenas termina su fase 2 el 31 de diciembre y que no puede aplicarse aún en mayores de 60 años. La vacuna de Pfizer no llega porque le “pidieron” algo al gobierno que es inaceptable, pero no sabemos que es. La población argentina iba a comenzar a vacunar este mes y al día de hoy no sabemos qué sucede. ¿Y Ginés? ¿y Vizzotti? Más incertidumbre, imposible. ¿Quién asesora en la comunicación al presidente? ¿Mauricio Macri? Seamos claros: la comunicación es pésima.

El balance del primer año no es bueno, más allá de lo que repito siempre: hay que estar en los zapatos de un Presidente que le ha tocado el COVID 19. Sin embargo, la actitud ante la pandemia es responsabilidad de Fernández. Más practicidad y menos anuncios históricos podrían haberlo favorecido. No puede decir el Presidente que ningún argentino pasó hambre, con el 60% de los chicos y jóvenes bajo la línea de pobreza y casos de muerte por desnutrición en el norte de nuestro país. No puede vanagloriar a dirigentes como Gildo Insfrán o Hugo Moyano. Pero, ante todo, más liderazgo y menos sumisión ante la Vicepresidente lo habrían posicionado de manera inmejorable. Todo el crédito que tuvo hasta abril lo fue tirando a la basura.

La dinámica autodestructiva se vio también con los jubilados. El Frente de Todos prometió un aumento que nunca cumplió y, para colmo de males, terminan el año con un manoseo peligroso. Un 5% de aumento que primero sería a cuenta y después no; con una fórmula jubilatoria que termina con menos beneficios que la del gobierno anterior. El ajuste es evidente. Si es algo que hay que hacer porque la economía está rota, ¿por qué no plantearlo sinceramente? Son peronistas, tienen la espalda. ¿No será que hablaron mucho de ajustes para otros y cuesta asumir que lo están haciendo ellos

Todas las decisiones del último año fueron un problema. La única medida que tuvo efectividad fue el acuerdo con los bonistas. Pero duró lo que dura un suspiro.

Argentina necesita en el 2021 recuperar el rumbo de su economía y, sobre todo, de su gobierno. Se repitió durante varias columnas que he escrito este año: necesitamos que Alberto Fernández lidere. Que sea el Presidente, que se ponga los pantalones y le ponga un freno a su compañera de fórmula. Y si no puede, o no quiere, o no sabe hacerlo, que dejen de mentirnos. Que aclaren quien gobierna, cuáles son las intenciones y qué rol ocupa cada una.

En el año de mayor incertidumbre de este siglo, lo que falto en Argentina fueron certezas. Todavía no superamos la pandemia, aun la economía sigue generando pobres y desempleados, las peleas internas son cada vez más notorias y se viene un año electoral. Señoras, señores: pongan el freno de mano porque el auto se va por el barranco. Están a tiempo.

Si el cierre del año es un momento de balances, nada mejor que tener la humildad de ver los errores que se cometieron y comenzar de nuevo. Pero, asumiendo que el presidente lidera, no la Vice. Si esto sigue así, la incertidumbre gobernará a la Argentina por, al menos, los próximos tres años.


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