Por Mariano Busilachi – Licenciado en Comunicación Social. Consultor de comunicación política e institucional.

Muchas veces hemos visto como ciertos acontecimientos deportivos metaforizan los caminos que debemos tomar para ser una mejor sociedad o progresar como país. Sobran ejemplos de numerosas frustraciones que quedaron en un segundo plano cuando – gracias a la perseverancia y al trabajo – llegó la deseada victoria. Pero no solo en el triunfo, también el éxito llegó en esas derrotas que simplemente acercaron a tantos deportistas a un objetivo posible aunque inmensamente deseado.

En la madrugada del último sábado, Los Pumas, el seleccionado argentino de rugby, venció por primera vez en su historia a los imposibles All Blacks. Solo en 1985 se había logrado al menos un empate y ya había sido todo un hito. No fue solo una muestra de carácter tras meses de inactividad, sino un domino absoluto en los 80 minutos de juego como nunca antes se había visto contra los neozelandeses.

Con merecida justicia histórica, esto recordó a otros grandes momentos en la historia del deporte nacional, principalmente de aquellos que siempre corren detrás del fútbol, pero que dejaron una huella inolvidable, como la Generación Dorada de básquet y el primer gran triunfo ante el Dream Team de los NBA; la obtención de la tan ansiada y postergada Copa Davis en tenis; el oro olímpico del hockey masculino, acompañando el dominio previo del hockey femenino que puso al país entre las principales potencias de dicho deporte. Hay, quizás, cientos de ejemplos más.

Lo que nos debería hacer reflexionar a partir de todos estos eventos trascendentales es lo que hay detrás de esa “gloria” obtenida. Qué valores guían esos logros individuales y colectivos, asumiendo que nos pueden dar respuestas a un urgente y necesario debate sobre las conductas éticas y profesionales que necesitamos en los espacios que motorizan el progreso de nuestra nación. Estamos hablando del sistema político y de todo lo que incluye.

Política y deporte en Argentina no siempre han transitado por buenos caminos. Siendo justos, cuando la política viciada quiso meter su mano en lo deportivo, los resultados fueron nefastos. Cuando los caminos se unieron, todo fue ganancia.

Ha habido casos pintorescos como el de Carlos Menem, que no dejaba deporte por hacer solo por el simple hecho de ganarse a la opinión pública, más allá de sus gustos comprobados por disciplinas como el básquet o el futbol. Pero hubo, en toda la historia, situaciones más denigrantes. Quizás, la más notoria fue la relación de Julio Grondona con el poder, manejando el futbol argentino a gusto y piacere por más de 30 años. Sin embargo, los otros deportes también sufrieron de dirigentes que llevaron los vicios del poder político (e incluso judicial) al noble terreno de la actividad deportiva. Hay hasta casos dentro del Comité Olímpico Argentino que han tenido manejos espurios y han perjudicado los sueños de muchos atletas. La realidad actual del COA, por suerte, es muy distinta.

El deportista argentino demostró numerosas veces, en un país que no tolera el fracaso, que se pierde más de lo que se gana; que esas pocas victorias son el aprendizaje de tantas caídas previas; que los pocos recursos para el deporte amateur se esconden bajo una disciplina de entrenamiento y trabajo admirable por parte de los atletas; que un segundo, tercero o incluso décimo puesto es sinónimo de hacer historia; que simplemente ganar un partido cambia todo.

Muy pocas veces el Estado argentino tuvo una política deportiva eficiente que apueste al crecimiento de sus atletas, al fomento de los deportes menos populares y al arraigo social de actividades que se ganaron su lugar con su propia dinámica de crecimiento. Los últimos años hubo un mayor impulso. Todavía no alcanza. Aún hoy, hay situaciones vergonzosas, como la que le tocó vivir a la selección de Vóley en 2019. Cuando hubo que plantarse se plantaron. Nunca dejaron de entrenarse. Pero, tampoco, nunca se dejaron pasar por arriba. En un país en donde al que trabaja se le exige el doble y al que incumple las normas se lo premia, este es un ejemplo tan digno como admirable.

Fue la Generación Dorada la que también dio un ejemplar acto de ética y conducta, al enfrentarse a una situación compleja, con dirigentes sospechados de corrupción en la Confederación Argentina de Básquet, negándose a seguir compitiendo si no había un cambio de autoridades con la debida rendición de cuentas del conflicto. Esa presión hizo que las cosas cambiarán, al menos en ese momento en la dirigencia del básquet. Pasó en su momento en el Hockey e incluso en el Rugby.

Pero, hay casos individuales que no solo muestran que la unión hace la fuerza y que la construcción de la identidad colectiva es el fruto de mirar todos hacia un mismo horizonte. También, nos traen permanentemente a la mesa valores como la superación, complementar el talento, la perseverancia, el sacrifico en pos de un objetivo común, los pequeños y grandes pasos con la firmeza del que sabe hacia dónde quiere ir. Crismanich, Lange, Pareto, Sabatini, Del Potro, Podoroska, De Vicenzo, Fangio, Vilas, tantísimos hombres y mujeres que han dado todo por un sueño que parecía imposible. El país los conoció, se conmovió con ellos y les dio un lugar en la historia.

Pero, ¿qué aprendimos? Poco. Guiados por el resultadismo, no nos alcanzó con tenerlos a ellos ni mucho menos a Alfredo Di Stéfano, Mario Kempes, Diego Armando Maradona o Lionel Messi. Fracaso o gloria. En el medio, nada. ¿No es el reflejo de la política? El que gana es el mesías y el que pierde no tiene derecho a nada. Cada elección, votamos al que nos va a salvar, al que vamos a llevar en andas. Sin embargo, que no se llegue a equivocar, porque sus fracasos serán condenados a la injuria. ¿Cuánto tardamos en reconocer como se debía a Raúl Alfonsín? ¿Cuántos dirigentes políticos tan nobles dejamos en el camino por ser resultadistas? En Argentina, preferimos hacer calles, monumentos y bautismos de edificios con nombres de corruptos, antes que homenajear en vida a personas nobles como el Dr. Arturo Illia.

El deporte nos interpela todo el tiempo a mirar con detenimiento el valor de perder, de seguir intentándolo, de volver a levantarse con un objetivo claro. No importa que no se logre en el corto plazo; tal vez, nunca. Lo importante, es haber competido con nuestras mejores cartas y haber caminado lo suficiente para, al menos, dejar una huella de progreso. Cuánta falta hace que gobierno y oposición aprendan de ello.

Dicen que el deporte es salud. También, es poder sociabilizar, incluir, crecer en todo aspecto de la vida. Deberíamos preguntarnos qué pasó en Argentina en estos meses, que ni el deporte ni la educación estuvieron en el orden de prioridades. ¿La pandemia se lo comió todo o no supimos qué hacer con ella? ¿Cómo llegamos a aceptar que un niño o una niña no solo tenga su colegio cerrado, sino que ni siquiera pueda hacer lo que tanto le gusta (y le hace bien) como una disciplina deportiva?

No significa romper con las normas sanitarias y hacer lo que se me cante. Con protocolos, con cuidados sanitarios, mirando lo que hizo el mundo se podía hacer. Llegamos al punto de multar a un remero representante de nuestro país por andar solo en un río, sin ningún tipo de riesgo de contagio, pero aceptando que se juegue la Copa Libertadores con 22 personas en permanente contacto. De hecho, permitimos que se juegue al futbol profesional antes de que los niños al menos pudieran hacer actividad física en sus escuelas. A esa locura llegamos.

Últimamente, los dirigentes políticos y principalmente el gobierno nacional se la pasan hablando de historia. O se habla de la historia reciente, culpando de todos los males a la gestión anterior, o se habla de anuncios históricos. Todo es histórico, como si Argentina se hubiese creado ayer. Si seguimos con esa mentalidad de que solo cuenta lo mío y lo demás no está a mi nivel, lo que va a pasar a la historia – por lo negativo – es la propia gestión. No necesitamos anuncios históricos; necesitamos políticas basadas en experiencias, conocimientos y valores compartidos. Necesitamos ver esos ejemplos que nos da el deporte de perseguir objetivos comunes.

La dirigencia habla de logros donde no los hay. Habla de ejemplos donde nadie se los pide. Habla de oportunidades en un país de éxodo. Señoras y señores de la política: dejen de hablar y miren un poco más a quienes nos iluminan. No se trata solo de mirar lo que hacen bien otros países. Ni siquiera se trata de competir, como se quiso hacer en la pandemia y salió el tiro por la culata.

Hay que mirar para adentro, hay que mirar a los argentinos que nos dan el ejemplo. No solo a nuestros deportistas. A los que trabajan, los que estudian, los que se involucran sin pedir nada a cambio. Al que está cansado de la grieta. Al que quiere que dejen de joderlo con impuestos. Al que no quiere planes y quiere un trabajo digno.

El deporte es una metáfora de lo que aspiramos como sociedad. No se trata de ser, sino de levantarnos todos los días y mirar que el camino recorrido nos llevará al lugar donde queremos llegar. Para eso, algo debemos cambiar en nuestra sociedad. Dejar de naturalizar conductas inmorales y saber que el esfuerzo de hoy valdrá la pena mañana. Así se llega a la meta o, al menos, se hace camino al andar.


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