por Sebastián Musso*

A un día del Eclipse Total de Sol, me subo a mi auto con destino a Carmen de Patagones, la ciudad que servirá de base para de allí, trasladarme el día lunes, al lugar desde donde haré la observación. Viajo con la idea de estar disfrutando, desde ahora, de algo único, la oportunidad de ver un eclipse total de sol que no se repite en el mismo sitio hasta dentro de 200 o 300 años (según algunas particularidades). Viajo con los formularios necesarios por la pandemia del covid-19 y con un pronóstico meteorológico que me amenaza con nubes.

Aun así, el baúl del auto tiene un telescopio con su filtro correspondiente para ver el sol, y el mismo filtro “viste” los binoculares y una cámara de fotos. Mirar el sol siempre es peligroso, siempre es perjudicial para nuestro vista, y si a eso le sumo un instrumento de aumento la posibilidad es incluso la de quedarse ciego por lo que mirar con filtros adecuados (nunca improvisados con radiografías ni locuras por el estilo) no es una opción sino el más indispensable de los requerimientos.

El viaje será hasta Bahía Blanca, pasando por Tres Arroyos y desviándome en el último punto hacia el sur hasta Carmen de Patagones. El mismo día del eclipse, bien temprano, los controles policiales determinarán si lo veo desde Villa 7 de Marzo, en la provincia de Buenos Aires, o desde El Cóndor, en la provincia de Río Negro. En ambos casos estaré dentro de esa estrecha franja del mundo donde el eclipse se verá total, al 100% (desde Mar del Plata será al 87%, es decir, no se hará de noche).

Viajo con el recuerdo de mis dos últimos eclipses. El eclipse anular de Sol del 26 de febrero de 2017, en Camarones, provincia de Chubut. En ese eclipse, la Luna se encontraba en el apogeo (el punto más lejano en su órbita alrededor de la Tierra) por lo que su tamaño aparente en el cielo “no le alcanzó” para tapar a todo el Sol. Dejó un anillo del 2% que le da, precisamente, el nombre de anular a este tipo de fenómenos.

El otro recuerdo es mucho más cercano, el Eclipse total de Sol del 2 de julio del año pasado. Viajé un domingo al norte de la provincia de Buenos Aires para de lunes a miércoles, dictar un taller en una escuela rural entre Baigorrita (“los pagos” de Alejandro Dolina) y Junín. Cuatro horas diarias hablando de la Luna, el Sol y los planetas en medio de una comunidad donde los problemas sociales y las carencias económicas no son impedimento para dar una educación de calidad, al contrario, parecen ser el desafío para lograrlo. El miércoles 2 de julio a la “tardecita”, se hizo de noche, la Luna tapaba todo el disco solar en lo que era para mí, mi primer eclipse total de Sol. Emocionado hasta algunas lágrimas incluso, nos abrazamos, gritamos, aplaudimos, con unos 50 chicos, sus familias, y docentes.

Y ahora voy en la ruta, imaginando lo que será este Eclipse total de Sol frente al mar, en las “puertas de la Patagonia”. Intento quitarme algunas ideas de mi mente: “si no lo veo, aún tengo los anulares de 2024 en Calafate y 2027 en Mar del Plata”. No, las nubes son una mentira del pronóstico que esta vez, fuera de cualquier defensa de la ciencia, pretendo que falle. Mañana, el telescopio apuntará al cielo, bien alto donde estará el Sol y la Luna, algunas estrellas se verán a las 13.22, yo tendré mi foto de un nuevo eclipse total de Sol y algunas de ellas, estarán en este diario.

(*) Divulgador Científico, de Argentina. Conferencista en más de 40 ciudades de Argentina, en Brasil, Uruguay, Chile, Paraguay, Colombia, España e Italia. Representante para Argentina del Proyecto UNAWE (UNESCO-IAU). Es autor de 9 libros editados e innumerables artículos. Entre muchos otros, desde hace 20 años lleva adelante un proyecto de enseñanza de la astronomía a personas ciegas o con baja visión.


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