María Agustina Vaccaroni, es Doctora en Historia y becaria posdoctoral del CONICET con lugar de trabajo en el Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales (INHUS, CONICET-UNMDP) y del Centro de Estudios Históricos (CEHIS) de la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP).

El 17 de agosto constituye una fecha ineludible en nuestro calendario de efemérides. En la escuela, en los medios, en el espacio público se realizan eventos diversos en conmemoración del aniversario de la muerte del que Domingo Sarmiento ha llamado “el Capitán General de tres repúblicas sudamericanas, el fundador armado de la independencia de medio mundo”.

Los monumentos presentes en cada provincia y en nuestra propia ciudad nos recuerdan a José de San Martín. Pero su calidad de “héroe nacional” ha sido, como nos plantea la historiadora Beatriz Bragoni, una construcción política e intelectual que atravesó el siglo XIX y también el XX. A ciento setenta y un  años de su fallecimiento, se impone, entonces, un intento por humanizar y politizar a San Martín, ponderando sus claroscuros, vinculando su acción con los momentos de experimentación institucional en la que estuvo inserto, atendiendo a la mirada del panorama americano que desenvolvió; en fin, despojándonos un poco del héroe, para dar paso a su persona.

José Francisco de San Martín y Matorras nació en 1778 en Yapeyú, en las misiones jesuíticas del actual territorio de Corrientes. Hijo del teniente gobernador de aquella zona, Juan de San Martín y de Gregoria de Matorras, la estadía de San Martín en Yapeyú fue corta, porque a sus seis años la familia retornó a la península. Fue educado en el Seminario de Nobles en la ciudad de Madrid. Eligió la carrera militar a la cual dedicaría décadas, enlistándose en el Regimiento Murcia con solo once años. Como parte del ejército español luchó en el norte de África, en los Pirineos y contra Napoleón. Por nacimiento, por crianza, por servicio al rey, San Martín era un español americano.

Así llegó a Buenos Aires en 1812, a sus treinta y cuatro años. Su retorno al Río de la Plata estuvo motivado, primeramente, por decisión política, no por una añoranza al terruño, como explica el Dr. Alejandro Rabinovich. Junto con Carlos de Alvear y José Matías Zapiola, arribaron al puerto de Buenos Aires el 6 de marzo de aquel año, en momentos de crisis para el proceso revolucionario iniciado en 1810. Para San Martín el problema que surcaba aquel tumultuoso escenario estaba vinculado al desarrollo del combate con métodos y regimientos anticuados. Como solución a esto, San Martín, en tanto destacado organizador militar, fue encomendado con la formación del Regimiento de Granaderos a Caballo que tanto recordamos hoy en nuestros actos escolares.

Pero como decíamos, su desenvolvimiento como militar fue tan solo uno de los aspectos, importante por supuesto, de su vida. Ya en Buenos Aires, el ahora teniente coronel de los Granaderos se involucró en la Logia Lautaro, azuzado por Alvear y su familia. Con apariencia de logia masónica, pero en realidad organizada con fines políticos, la misma se constituyó en una sociedad secreta, al modo de las que se habían configurado en Europa, como la llamada Gran Reunión Americana o la Sociedad de los Caballeros Racionales que grupos de hispanoamericanos usaron como espacio de discusión sobre las tramas políticas y sociales que discurrían al otro lado del Atlántico. La Logia Lautaro, además, fue secreta para evitar la intervención del Primer Triunvirato y su secretario Bernardino Rivadavia, como ya había sucedido con la Sociedad Patriótica, controlada por el Intendente de Policía bajo órdenes del gobierno.

Como parte de este espacio institucional San Martín puso a disposición su regimiento, que se posicionó, armado, frente al Cabildo para apoyar la representación o petición popular firmada por más de cuatrocientos vecinos y entregada el 8 de octubre de 1812. A través de ella se exigió, “bajo la protección de las legiones armadas”, que el gobierno del Primer Triunvirato cesara en sus funciones, para dar fin a su autoritarismo e ineficiencia. Este movimiento de pueblo, como lo ha llamado Fabián Herrero, fue el puntapié inicial del Segundo Triunvirato que contó con el liderazgo de Alvear.

Algunos autores han hecho notar que San Martín luego podría haberse arrepentido del apoyo militar a este evento. Lo que está claro es que sus relaciones con Alvear cambiaron. San Martín era lo que se conocía como un liberal en aquel momento, en tanto opuesto al absolutismo monárquico que representaba Napoleón en los inicios del siglo XIX. Bajo este paraguas, pudo tejer y destejer tramas de relaciones, vínculos e ideas políticas diversas.

Así, desde la gobernación de Cuyo, que ocupaba desde 1814, San Martín se opuso al centralismo del entonces Director Supremo Alvear. Mientras tanto, ya preparaba las fuerzas y recursos para concretar otro de los hitos de nuestras efemérides, el Cruce de los Andes, protagonizado por el ejército del mismo nombre. En él reunió a exiliados chilenos al mando de Andrés de Alcázar y de Bernardo de O’Higgins y a más de cuatro mil soldados y mil doscientos milicianos. En el contexto de estos episodios, San Martín combinó la intervención militar y la política, y no dudó en cambiar posiciones, procurando mantener una mirada más amplia, que no identificaba el triunfo de los procesos revolucionarios en curso al sólo destino de Buenos Aires.

Luego del Cruce de los Andes, finalizado en 1817, y posteriormente a la declaración de independencia de Chile en 1818, San Martín se propuso comandar la Expedición Libertadora del Perú. Logrado el retroceso de las fuerzas realistas que desde 1815 se habían reorganizado para atacar con fuerza a las diferentes experiencias revolucionarias e independentistas, se convocó un cabildo abierto que declaró la independencia del Perú en 1821, y nombró a San Martín como su Protector. Como tal, propuso como proyecto político para esta región monarquizar al Perú, a través de la elección de un presidente vitalicio con capacidades para seleccionar a su sucesor a los fines de evitar escenarios caóticos y guerras civiles. En la organización de sus memorias y legado, el propio San Martín decidió atemperar el peso de estos planteos políticos “en beneficio de un perfil militar, americanoy republicano” como aclara Bragoni.

Las dificultades que acarreó su proyecto en Perú y las desavenencias con otros líderes revolucionarios, entre otras cosas, motivaron su regreso a Europa, a Francia en particular, donde falleció en 1850, luego de una larga vida.
La acción e intervención de San Martín en América, aunque corta en el tiempo, comportó una pieza clave de los procesos en curso. El recuento de algunos de los episodios que lo tuvieron como protagonista da cuenta de las cambiantes posiciones y planteos políticos que mantuvo en respuesta a las turbulentas circunstancias de experimentación institucional que le tocó transitar, y en las cuales actuó, negoció, peleó y cedió.

Bucear la historia de “grandes hombres” como San Martín en clave “humanizada”, con sus marchas, contramarchas, errores y aciertos, permanencias y cambios, arroja luz sobre escenarios sociales, políticos e institucionales más amplios que la propia persona; en un nuevo aniversario de su muerte, ensayar este modo de abordaje resulta en la construcción de historias e historiografías más ricas.


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