Por Mariano Busilachi – Licenciado en Comunicación Social. Consultor de comunicación política e institucional.

Este sábado se desarrolló la celebración de un nuevo Día de la Lealtad Peronista. Se trató del 75° aniversario de un hecho que marcó a fuego la vida política, institucional y social de la Argentina. Esta columna no tiene ninguna intención de análisis enfocado en el pasado como sucede cada 17 de octubre, en donde se termina discutiendo la historia y no el futuro de este movimiento tan interesante como complejo y contradictorio.

Apelando a un análisis desde otra perspectiva, asentada en este sensible presente y con miras hacia los años venideros, la pregunta que surge es: ¿tendrá un futuro promisorio el peronismo en los próximos años? Por otra parte, ¿se puede hablar todavía de peronismo o es simplemente una nostalgia presente?

A modo introductorio y netamente de apreciación personal, no creo que se pueda seguir hablando de peronismo como sinónimo del Partido Justicialista. Existen dos razones. Por un lado, todo lo adyacente y subyacente a Juan Domingo Perón no ha sido peronismo. Perón tuvo claro, principalmente en su última etapa, que la doctrina que originó trascendía a los partidos políticos. De hecho, la frase “para un argentino no hay mejor que otro argentino” implica evitar interponer al peronista como conductor personalista en la toma de decisiones. Por eso, fue de trascendental importancia el acercamiento a Ricardo Balbín y el aprendizaje de los errores del pasado.
Por otro lado, al fallecer Perón, todo lo que vino después no representó ni a la estatura política del líder ni al ideario de lo que se gestó aquel 17 de octubre de 1945.

La doctrina, utilizada a mansalva por dirigentes de cualquier tipo, terminó convertida en una ridícula caricatura de un partido que en varias oportunidades vendió caro su pragmatismo. Lo mismo ocurrió con el concepto de lealtad. Perón no fue un santo. Tuvo enromes virtudes pero también cometió errores y atropellos. Sin embargo, hacia el final de su vida, tuvo la capacidad intelectual y moral de comprender lo que el país necesitaba. Unidad nacional y largo plazo, aun con aquellos enemigos íntimos de antaño, como el caso de Balbín.

Ya enfermo y luego de su partida, la Justicia Social, la Soberanía Política y la Independencia Económica oscilaron entre los crímenes perpetuados por López Rega y Montoneros; la amnistía a los militares y el cajón de Herminio Iglesias vs la conducta democrática de Antonio Cafiero; del neoliberalismo de Carlos Menem a la alternativa ecléctica del FREPASO; del interino Eduardo Duhalde a los 12 años en el poder de la familia Kirchner y la irrupción de Cristina Fernández; pasar de un peronismo fragmentado a partir de 2012 a la consolidación del Frente de Todos para ganarle a Mauricio Macri. Es difícil seguir hablando de “peronismo” si en 47 años hubo personajes tan distintos actuando en nombre del movimiento.

Sin embargo, como se mencionó al principio de este artículo, este escrito tiene pretensiones de enfocarse en el futuro. A modo de sugerencia, tal vez se debería dejar tranquilo al peronismo en el ámbito académico, si se quiere como doctrina o como manera de teorizar una sociedad posible, lo cual es válido. Al separar la doctrina de la acción política, el Partido Justicialista podrá entender mejor sus últimos años, analizarlos críticamente y aprender de los errores cometidos para encarar el destino político.

En su discurso de este sábado, el Presidente Alberto Fernández apeló a esa pasión histórica y a la épica que definen al peronismo para plantear que el Justicialismo pondrá de pie al país. Pero resulta algo cínico presentarse como alguien que viene a arreglar los problemas, como si no hubiera participado nunca en ellos. La autocrítica en política se suele ver como debilidad cuando en realidad es todo lo contrario, volviéndose un sinónimo de honestidad y trasparencia. Los buenos líderes lo hacen y Fernández podría aprender de aquel Perón de 1973, anciano, pero más lúcido que cualquiera. El país se hace con todos, incluso con los que piensan distinto. No alcanza levantarlo con Hugo, con Cristina o con Máximo.

Separar la doctrina de la acción política permite alejar el fanatismo que no deja correr el velo de la realidad y reconocer los propios errores, canalizándolos en políticas con visión de futuro. También, implica interpretar al partido en todos sus aspectos. La personalidad del Partido Justicialista muestra que necesariamente necesita de un conductor. No es horizontal en la toma de decisiones, no lo ha sido nunca. Esto debería ponerse en consideración dentro del partido, porque aún no se ha adaptado al siglo XXI. Ni discursivamente ni en los hechos.

Siempre, en cualquier ámbito político o sindical, uno manda y el resto obedece. Esa lógica puede encajar perfectamente en tiempos de crisis o para un sistema presidencialista como el nuestro. De hecho, la UCR por dar un ejemplo, ha sufrido de su propia horizontalidad y consenso permanente en la toma de decisiones. El tiempo en Argentina se esfuma y las decisiones son tan rápidas como ineficientes. Al día de hoy, la UCR todavía no ha podido posicionar un candidato a Presidente.

La crisis de representatividad interna dentro del Justicialismo se vio en 2015 con las malas decisiones electorales de Cristina Fernández y se ve hoy. En tiempos convulsionados como estos, en donde el Justicialismo padece de las propias internas y la falta de ese liderazgo determinante que lo define. Aun con un apoyo popular del 48% en la última elección, no ha logrado consolidar una imagen cohesionada del Frente de Todos en la opinión pública. Incluso, el Presidente tiene demandas permanentes entre sus propias filas, que radican en ser más moderado o más intransigente. Para el Justicialismo es jugar en un terreno incómodo. Ni siquiera puede asegurar el futuro próximo de la coalición.

Hugo Moyano intentó este sábado una demostración de poder territorial, desobedeciendo los pedidos del gobierno nacional de que los festejos sean virtuales. Lo que se puede leer como un poder de la calle, es también una cierta debilidad del Presidente en su voz de mando.
El tema sindical es otra trama que el Partido Justicialista deberá reflexionar en pos del futuro. Lo que en su momento representó incorporar a un sector importante en la vida política argentina, con los años se ha convertido en un problema. Como sucede en los sindicatos educativos o estatales, o en tantos otros, pensar los derechos laborales en términos partidarios ha generado numerosos conflictos que fueron en detrimento de los afiliados. Tal vez, haya que ser introspectivo y dar un debate necesario sobre si todavía es aceptable que los sindicatos se identifiquen con un partido político; o que estén por dentro de la política y no por fuera. Perderían el sesgo ideológico del partido de turno que apoyan, ganando a su favor una mayor independencia para pelear por los derechos de los trabajadores.

Asimismo, la CGT o los sindicatos se han alejado de la representación del conjunto de los trabajadores. El siglo XXI nos demuestra que, dentro de cinco o diez años, muchos trabajos serán automatizados. Ya no habrá trabajadores o personas en varios sectores productivos. Ya está pasando, como también está sucediendo la aparición de nuevas actividades laborales, el auge del teletrabajo o cuestiones orientadas a lo tecnológico. Los gremios o sindicatos hablan muy poco de eso. Lo único que hicieron fue presionar por regular el teletrabajo, con una mentalidad del siglo pasado. Hugo Moyano fue un poco más allá y le hizo la guerra a una de las empresas más importantes de la Argentina, como Mercado Libre.

¿Cómo piensan a la producción y a la industria con el avance tecnológico? ¿Qué están planificando en comercio exterior? Si seguiremos dependiendo de un Estado cada vez más grande e ineficiente, con mayores ayudas estatales que generación de empleo genuino, van directo al fracaso. No es meritocracia si o meritocracia no. Es brindar garantía y libertad de progreso. El mundo intenta ir en esa dirección.
Con esto, quiero decir que el Partido Justicialista aún tiene una mirada anacrónica de los temas, a pesar de contar entre sus filas con dirigentes jóvenes o que proponen un justicialismo moderno y republicano. Aunque siga teniendo un apoyo popular insoslayable, el justicialismo lo irá perdiendo paulatinamente. Necesita adaptar sus formas a las generaciones que vienen; a dejar de pensar en términos anticuados como oligarquía, burguesía, etc. Combatir al capital en el siglo XXI es absolutamente anacrónico. No es admisible que se sigan planteando cuestiones como NODIO, las discusiones permanentes con la Justicia, o las medidas restrictivas para la inversión.

En un contexto de coaliciones, el Justicialismo deberá adaptar su esencia de conductor único a la horizontalidad en las construcciones de consensos. El país no se levanta solo con los propios, sino convocado a todos, incluida la oposición. Pero yendo aún más allá, el país se constituye con ideas a futuro, mirado al futuro y dejando de discutir temas que la sociedad de hoy ya no quiere discutir.

Como todo partido tradicional, el PJ sufrirá el embate del paso del tiempo. Tiene una gran oportunidad de mirar hacia adelante con nuevas formas, con nuevas ideas y con nuevos dirigentes. Adaptarse a los tiempos que vendrán le permitirá tener unos octubres más aggiornados.

El recambio de mentalidad en toda la política argentina es necesario. Como parte del sistema, el Justicialismo necesita una profunda reflexión interna que deje por un rato el romanticismo y se adapte a la realidad. Como dice Julio Bárbaro, “el peronismo es un recuerdo que da votos”. Pero como todo en la vida, el paso cruel del tiempo hace que los recuerdos también pueden olvidarse.


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