La Lic. en psicología Andrea Cecchi (MN: 46273 / MP: 61802) nos explica cuáles son las problemáticas cotidianas más habituales que degradan la convivencia y nos acerca algunos consejos para afrontarlas.
“Un hombre parado ante un semáforo en rojo se queda ciego súbitamente. Es el primer caso de una «ceguera blanca» que se expande de manera fulminante. Internados en cuarentena o perdidos en la ciudad, los ciegos tendrán que enfrentarse con lo que existe de más primitivo en la naturaleza humana: la voluntad de sobrevivir a cualquier precio”. Este fragmento de “Ensayo sobre la ceguera” (1995) del novelista José Saramago (ficción acerca una pandemia), nos alerta sobre «la responsabilidad de tener ojos cuando otros los perdieron».
El texto parece estar narrando nuestro presente a pesar de haber sido escrito décadas atrás. Dice, y vuelvo a citar: lo más primitivo en la naturaleza humana: la voluntad de sobrevivir a cualquier precio. El miedo a la muerte y el terror a la posibilidad de contagio están latentes en todo el conjunto social; esta inconsciente desesperación por salvarse se expresa en diferentes niveles de egoísmo. En cada estrato social se padecen necesidades disímiles, algunas con carencias más básicas que otras; mientras algunos luchan por compartir la escasez de alimentos, otros luchan por conseguir mayor confort dentro del hogar; tantos unos como otros están mostrando las mismas miserias humanas que se exacerban durante la convivencia.
Entonces: ¿cómo superar el encierro sin devorarnos los unos a los otros en estas luchas de poder por la supervivencia (llámese adquisición de ventajas, confort, mayor estado de ocio, alimento, dinero, etc.)?
He aquí el problema crítico en la convivencia dentro de un estado de cuarentena social. El proceso de encierro, evita el contacto con el afuera y por lo tanto se reducen los temas de conversación, dado que no hay vivencias nuevas para relatar. En este contexto se evidencian: disputas de poder, peleas por jerarquías, imposiciones de ideas o tareas, invasión de los espacios personales, demandas abrumadoras de atención, y muchas más.
Son mecanismos psicológicos inconscientes que utilizamos al relacionarnos con otros, solo que ahora son más visibles por el mayor tiempo de exposición. La imposibilidad de tomar distancia hace necesario que abordemos y analicemos estos problemas para superarlos sin morir en el intento.
Es importante poner pautas de convivencia lo más igualitarias posibles tanto para los adultos como para los más pequeños. No se trata de quién tiene la razón, sino de ajustarse a reglas equitativas para todos. Ejemplo de ello es la distribución de tareas de limpieza y orden, cada integrante debe tener su rutina diaria que no puede dejar pasar ni suspender (¡sin excepción!), o la determinación de franjas horarias bien determinadas para hacer las tareas escolares o actividades laborales a distancia.
El aspecto más conflictivo lo vemos cuando la “excepción hace a la regla”, esto significa que la norma es usada por algún integrante del grupo familiar a su propio antojo pasando por encima de los deseos ajenos, provocando mucho malestar. Un ejemplo cotidiano es la regla de no usar el móvil a la hora de las comidas, y sin embargo, uno de los padres se toma la licencia de hacerlo de todas maneras porque tiene “motivos válidos”; esta actitud de superioridad produce malestar, competencias, rencores, venganzas, rivalidades, aparecen las excusas y las mentiras que afectan los vínculos dentro del hogar. Los chicos son los principales cuestionadores de las reglas, por eso es fundamental que éstas sean coherentes e inamovibles.
En los adultos aparece un fenómeno diferente, y tiene que ver con la percepción que algunas personas experimentan en esta situación: “la sensación de estar de vacaciones”, sienten que no deben realizar ninguna labor que les sea desagradable o trabajosa, delegando de esta manera los quehaceres domésticos al conviviente, abandonándose al ocio completo. Genera mucha desigualdad y malestar, haciendo sentir al compañero/a que es el único responsable de sobrellevar la vida en cuarentena.
Son frecuentes las peleas por porciones de comida, por el control remoto, por el tiempo que reciben atención, por el uso de una computadora, por el uso del baño, la música fuerte, los silencios, etc. Si trabajamos la empatía y el respeto por los sentimientos de los demás podemos lograr una convivencia equilibrada y transparente, sin buscar evadir las responsabilidades bajo argumentos aparentemente justificados.
En la reseña del texto de Saramago se concluye: “Recuperar la lucidez y rescatar el afecto son dos propuestas fundamentales de una novela que es, también, una reflexión sobre la ética del amor y la solidaridad. «Hay en nosotros una cosa que no tiene nombre, esa cosa es lo que somos», declara uno de los personajes. Dicho con otras palabras: tal vez el deseo más profundo del ser humano sea poder darse a sí mismo, un día, el nombre que le falta”.