Desde el inicio de la pandemia todas las áreas de la ciencia buscaron realizar un aporte que nos permitiera transitar y superar la situación de la mejor manera posible.

La investigadora adjunta  del CONICET Lorena Canet Juric, especializada en psicología cognitiva y educación, lidera el proyecto que analiza el impacto emocional del aislamiento social, preventivo y obligatorio,  evaluando información sobre los niveles de ansiedad, los síntomas depresivos y los niveles de afectividad provocados por este estado de aislamiento. Este proyecto además busca proveer información basada en evidencias sobre los efectos emocionales del aislamiento y su relación con aspectos socio-demográficos.

A partir de la información generada por la iniciativa que lidera la investigadora, el panorama mundial de la educación en este contexto y su experiencia profesional Canet Juric arroja un poco de luz sobre las inquietudes más frecuentes que surgen en todos los hogares argentinos respecto a la vuelta a las aulas, una vuelta que le da continuidad a la escuela virtual que tuvimos en 2020.

La especialista advierte que la imposibilidad de asistir a la escuela de forma presencial en niños y niñas durante el 2020 generó un impacto importante en la salud mental. Un estudio conducido por el grupo de investigación al que pertenece la investigadora advirtió el aumento en los niveles de ansiedad-depresión, agresividad-irritabilidad y de dependencia en los niños. Además, se observó de la aparición de alteraciones negativas en los hábitos de sueño y alimentación, así como una reducción del afecto positivo. A esto se sumó un marcado incremento en las consultas psicológicas en adultos, niños y adolescentes. 

La modificación de rutinas y actividades también impactó en el caso de docentes, que debieron adaptar dramáticamente todas sus estrategias pedagógicas a una modalidad virtual, incrementando sus horas de trabajo para poder acompañar y sostener a cada alumno/familia. “Diferentes estudios indican que aumentaron significativamente sus niveles de estrés. Ya sea mujeres-madres y docentes (o docentes-madres), el reconocimiento social y las medidas de contención y acompañamiento implementadas han ido de escasas a nulas”, agrega Canet Juric.

 “La escuela como la conocíamos antes de la pandemia tenía varias funciones, no solamente la de educar en la adquisición de contenidos académicos, sino también la función de contención social, inclusión, detección de problemáticas y lugar por excelencia de intercambio sociales del niño con sus pares”, explica la especialista. En ese mismo sentido la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE),  organismo de cooperación internacional, informó que las ramificaciones de la pandemia de COVID-19 han sido más graves en grupos de niños vulnerables. La pandemia aumentó en ellos el número de riesgos preexistentes, como el acceso reducido a alimentos saludables, alto estrés familiar y ausencia de contacto con adultos que los apoyen, y redujo el número de factores de protección, que podía encontrar en asistencia a la escuela, acceso a espacios de juego y actividades extracurriculares, y sistemas sólidos de protección infantil.

En este contexto, la psicóloga explica que la vuelta a las clases presenciales es compleja y necesaria y que inicialmente habrá que centrarse en las medidas de protección y cuidado, y sacar provecho de las experiencias de otros países que ya han transitado este camino. En muchos casos la vuelta al aula se realizó llevando a cabo lo que se conoce como “escuelas seguras”, una práctica que se basa en tres pilares: distancia física, uso de barbijos e higiene personal.

El distanciamiento de los pares sólo se puede aprender en presencia de otros niños y durante este tiempo muchos de ellos no han tenido ocasiones para practicar ese aprendizaje. Que el niño se agencie y se apropie de estos cambios proponiendo sus propias particularidades dentro de lo que configura la nueva norma, será fundamental y requerirá de paciencia, esfuerzo, dedicación, comprensión y moderación de expectativas. La especialista cree que es importante moderar toda decisión que se tome en el ámbito institucional teniendo en cuenta que el niño que va a volver al aula, no es el mismo que se fue.

“Aunque creamos que un año de pandemia preparo a los niños, debemos tener en cuenta que, durante los 10 meses transitados, los niños en su mayoría han vivido bajo la constante supervisión de un adulto, lo que no asegura una total apropiación de las medidas que conllevan los tres pilares de la escuela segura”, advierte Canet Juric.

Distintas investigaciones que evalúan el efecto de recesos escolares prolongados muestran que luego de estos periodos los niños sufren pérdidas en relación a los aprendizajes académicos adquiridos, más allá del contexto de crianza de cada niño y sus particularidades cognitivas y emocionales.  En este caso se le suman cambios en la alimentación, las rutinas, el sueño, el juego, el contacto con los otros y diversas situaciones contextuales complejas, sedentarismo, exceso de tecnologías, soledad, y algunas incluso traumáticas, pérdida del trabajo o teletrabajo de sus padres, perdidas de seres queridos, exposición y miedo al COVID-19. “Este es el niño que regresa a las aulas y para este complejo contexto hay que prepararse. Sigue siendo educación en un contexto de emergencia”, agrega Lorena.

El nuevo formato “sin contacto” para niños y niñas implica nuevos aprendizajes tanto para los educadores como para los estudiantes, advierte la especialista. Cualquier cambio de hábito, rutina, comportamiento o emoción recurrente en la vida de los niños viene con una alta demanda cognitiva y en este caso emocional. No va a ser fácil frenar el contacto intuitivo en el aula, en el juego, en los pasillos.  Cualquier aprendizaje de este estilo va a ser lento y costoso al inicio, la respuesta automática va a primar por sobre la controlada (el distanciamiento) y la comunidad educativa toda, va a tener que trabajar para que esta otra conducta -la espera, la distancia- sustituya a la vieja – el abrazo, el acercamiento. El que sea un aprendizaje gradual y no traumático dependerá, como todo aprendizaje escolar, de la calidez y paciencia del educador.

La investigadora agrega que para el docente también será un camino difícil ya que deberá aprender nuevas modalidades comunicativas que lejos estarán de prácticas que hasta hace un año eran cotidianas como levantarlos en el patio cuando se caen, limpiarles la nariz, consolar el llanto a través del abrazo o simplemente la palmada en el hombro. 

Canet Juric explica que la emoción que más se percibe en estos momentos en los y las docentes es la de incertidumbre. Incertidumbre en relación a los protocolos de actuación y protección, a la adhesión a éstos por parte de las familias, en relación al virus y su transmisibilidad en contextos escolares, en relación a su función como docentes en este contexto. Algunos docentes tienen dudas en cuanto al regreso a la presencialidad, otros tienen miedos, ansiedad, otras expectativas, sienten algunas de estas cosas o todas ellas juntas. Para algunos es un alivio poder despegarse un poco de las limitaciones que plantea la educación virtual, para otros implica el doble de trabajo plantear un aula en donde coexisten ambas modalidades. Algunos tienen dudas en relación a los desniveles que pueden generar en el aula posibles casos de Covid-19.

La nueva situación plantea un abanico de realidades: carencias edilicias, nutricionales, desigualdades sociales, dificultades particulares del desarrollo de cada niño. “Las autoridades de las instituciones escolares tienen y deben preparar herramientas para la contención del docente. El entorno institucional de cada docente, la forma en que se maneja la comunicación escuela-familia y la seguridad que le genere al educador la institución en donde trabaja funcionaran como contención no solo del niño y su familia sino también de sus maestros”, aclara la investigadora.
En definitiva la vuelta presencial a las aulas no parece ser la escuela que queremos, sino la escuela que podemos y por ello como sociedad todas las personas necesitamos ceder y estar predispuestos tanto desde los tiempos como desde la disposición mental y emocional. La investigadora concluye: “el aula no va a ser la que yo quiero, los horarios para llevar a mis hijos a la escuela no siempre van a ser de mi comodidad, los grupos con los que a mi hijo le toca estar, no son necesariamente los grupos que yo habría elegido o deseado, las horas no son lo suficiente. Sin embargo, pese a esto hay vuelta a la presencialidad, gradual, lenta, progresiva, trabada, pero vuelta en sí”.

Por Daniela Garanzini-Departamento de Comunicación CONICET Mar del Plata


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