Por Mariano Busilachi
Licenciado en Comunicación Social. Consultor de comunicación política e institucional.

El último 17 de agosto, miles de argentinos se movilizaron en diferentes ciudades del país para manifestar su descontento con las políticas que viene llevando a cabo la gestión del Presidente Alberto Fernández. Aunque la gama de reclamos fue diversa, la atención estuvo centrada en dos aspectos: el proyecto de Reforma Judicial y lo que llaman la “eterna” cuarentena.

Las manifestaciones fueron impulsadas desde las redes sociales y contaron con la presencia de dirigentes opositores, como el caso de Patricia Bullrich, además de personalidades destacadas de la cultura como Luis Brandoni o Santiago Kovadloff. Algunos dirigentes, como Horacio Rodríguez Larreta, mostraron su disidencia. Por supuesto, las voces más críticas no se hicieron esperar, fundamentalmente desde las primeras filas del gobierno nacional. Más allá de estas apreciaciones públicas, cabe hacerse algunas preguntas necesarias: ¿la oposición entiende que los ciudadanos que salieron a la calle también reclaman por tener una representación política que cobije sus demandas? ¿Qué ocurre con los liderazgos en la oposición? Por otra parte, ¿estuvo bien esta marcha en el medio de una situación sanitaria apremiante? ¿Fue positiva la reacción del gobierno o “echó más leña al fuego”?

Se escucharon opiniones de todo tipo, respecto a la viabilidad o no de este tipo de manifestaciones, en el marco de una pandemia que está en su peor momento en el país. Por un lado, el oficialismo culpando a los manifestantes de poner en riesgo al resto de la población por la posible propagación de contagios masivos. Por el otro, la oposición celebrando estas acciones ciudadanas argumentando la defensa de las libertades públicas e individuales. Estamos enfermos de otro mal que no es el COVID19. Estamos enfermos de la “grieta”. No hay absolutamente ningún hecho que se produzca en Argentina que no caiga en la confrontación permanente entre dos posturas que se odian. Todo se discute, todo es un problema. No hay consenso posible, ni siquiera en los temas en los que cualquiera concordaría. Siempre hay un “pero”, un “quizás” o un adjetivo calificativo que imposibilita cualquier apertura de diálogo político. En este país, se ha llegado al punto de gobernar sin presupuesto. Es delirante y es un perjuicio para la formación de liderazgos prestigiosos en la sociedad.

Es válido preguntarse si realmente era necesario salir a la calle a manifestarse sabiendo que el virus está golpeando más que nunca. Asimismo, es justo que los ciudadanos tengan el total a derecho a reclamarle púbicamente a las autoridades cuando creen que no se respetan sus derechos y garantías constitucionales. Tengan o no razón, el derecho a manifestarse lo tienen. Así como se permite que las organizaciones sociales y gremiales corten calles, quemen gomas o se manifiesten en medio de la pandemia, también es lícito que los ciudadanos reclamen porque no están de acuerdo con el gobierno de turno en las políticas llevadas a cabo.
¡Cuidado! El reclamo nunca debe ir contra del derecho del otro. Así como está mal que corten calles, violando el derecho constitucional a dejarte circular, también está mal agredir al que piensa distinto. Les ha pasado a trabajadores de prensa del grupo Clarín en tiempos del gobierno de Cristina Fernández, pero también les ocurrió últimamente a trabajadores de prensa de C5N en manifestaciones opositoras. Ninguna de las dos situaciones es correcta.

Si efectivamente los que protestan cumplen con las medidas sanitarias preventivas ate el COVID 19, no debería haber ningún problema en que se manifiesten. ¿El “17A” cumplió con esa premisa? Es cierto que hubo aglomeraciones de gente que, aun con barbijo o tapaboca, no respetaron el distanciamiento físico. Sin embargo, en general se cumplió. Se entiende que a esta altura haya una saturación por tantos días de “cuarentena”, aislamiento, fases o como quieran llamarlo. Hay diversos estudios psicológicos que hablan de un incremento de casos de depresión y ansiedad, como los presentados por la Fundación INECO o la facultad de Psicología de la UBA. Desde el gobierno de Fernández ya han tomado nota. La “no cuarentena” que deslizó Fernández fue una reacción ante esa situación. Sin embargo, generó confusión que se extienda hasta el 30 de agosto al mismo tiempo que se afirmó que “no existe”. Efectivamente, hay una apertura cada vez mayor en los sectores económicos y productivos, además de la circulación de las personas. En los hechos (lo vemos aquí en Mar del Plata), no hay una “cuarentena” estricta. Pero oficialmente no ha terminado. La falta de calificativos, o certezas sobre el estado en el que estamos de pandemia, genera estas confusiones a partir de mensajes ambiguos que difunde el gobierno nacional. Si a esto se le suma una Reforma Judicial que tiene un tratamiento exprés, no genera consenso ni siquiera dentro del peronismo y deja afuera al 90% de la Justicia Argentina (solo modifica el Fuero Federal), también estamos ante un problema para el oficialismo y una reacción lógica de parte de la población opositora.

Volviendo al “17 A”, la reacción del gobierno fue decisivamente en la línea de la política partidaria. Hubo palabras desatinadas, como las del gobernador Axel Kicillof (“hubo una especie de aluvión psiquiátrico”). También, se generó cierta polémica con el jefe de Gabinete de Ministros, Santiago Cafiero, quien le pidió perdón a los trabajadores de salud por no evitar la marcha. Cafiero entró en un terreno pantanoso con esta declaración, ya que hay un gran malestar en ciertos sectores de la salud por la falta de insumos y de muertes por COVID de profesionales que, según médicos y enfermeros, se evitarían con un mayor aporte de recursos desde el Estado. El jefe de Gabinete caminó por una línea endeble.

La voz crítica más llamativa fue la del propio Presidente. Fernández contratacó afirmando que “los que gritan no nos van a doblegar”. El gobierno nacional vio en la marcha del pasado lunes una manifestación netamente opositora. La vinculan, incluso, a las manifestaciones por Vicentín, la primera derrota del gobierno en la opinión pública. Creen que estuvo compuesta esencialmente por ese 41% que votó a Mauricio Macri. Esto podría ser un error de lectura que el oficialismo puede pagar caro, en términos electorales y de apoyo popular. Analistas políticos de prestigio han sostenido que, posiblemente, hubo personas descontentas en estas marchas del lunes 17 de agosto que votaron a Fernández en los últimos comicios. ¿Es atinado decir que todos los que se manifestaron el “17 A” votaron a Mauricio Macri? ¿El gobierno comprende que las variables económicas son determinantes en los votantes de clase media y que los votos a las formulas electorales se sustentan cada vez menos en cuestiones ideológicas? De cualquier manera, uno como gobierno debe escuchar estos reclamos y, en todo caso, explicarles a los ciudadanos disconformes – sin atacarlos – por qué están equivocados.

Las manifestaciones mostraron que parte de la sociedad percibe una ausencia clara de liderazgos. Fernández lo tuvo al principio de la gestión de la pandemia y lo fue perdiendo paulatinamente. Esto no significa que sea cierta la idea de que el poder real lo tiene Cristina Fernández. Una figura como ella no es indiferente a cada hecho que ocurra en la gestión de gobierno, por peso específico y por su personalidad. El hecho de que la Vicepresidente haya decidido el candidato a Presidente genera que, para una parte de la opinión pública, Alberto Fernández (aún con sus probadas capacidades) debe dar examen todo el tiempo de su liderazgo. La otra parte, los propios, lo ven efectivamente como un Presidente de gestión y capacidad política que contrasta con la imagen empresarial negativa de Mauricio Macri. En ese vaivén de percepciones se mueve, todavía hoy, el Presidente actual. Sin embargo, en la oposición también pasan cosas. ¿Es Mauricio Macri el líder de ese 41% obtenido en octubre del 2019? Su fallida política económica y la escasa actividad pública como ex Presidente lo marginaron del lugar de líder que quiso imponer en la última campaña presidencial. Para Macri, parecería haber quedado muy lejos esos actos de campaña en el Obelisco o en Córdoba. Hoy, muchos coinciden que la figura más representativa del PRO es Horacio Rodríguez Larreta. Su presencia en la pandemia y su permanente diálogo con el Presidente Fernández lo han posicionado como un referente ineludible de Juntos por el Cambio, más que María Eugenia Vidal o que cualquier otro dirigente notorio de ese espacio.

De hecho, el radicalismo, principal socio del PRO y quien le aporta la estructura a la coalicón opositora, está luchando por recuperar un liderazgo que no tiene desde Raúl Alfonsín. Ni Alfredo Cornejo, ni Martín Losteau ni Ernesto Sanz son dirigentes que tengan una presencia pública que trascienda los límites de la UCR. Se podría argumentar que es un tiempo de coaliciones, de horizontalidad y de decisiones plurales. La UCR ha sido históricamente orgánica en sus acciones. Es verdad, los tiempos han cambiado. Sin embargo, el mundo demuestra que los liderazgos únicos todavía son importantes. Juntos por el Cambio necesita determinar esos liderazgos para construir una opción real que sostenga ese 41% obtenido en 2019 y adhiera 11% que no los acompañó ni a ellos ni al Frente de Todos. Lo necesita, además, para configurar una opción de representación que los manifestantes que critican al oficialismo están reclamando. Así como es un peligro electoral para la oposición cometer el mismo error de fragmentarse, como ocurrió entre 2003 y 2013, también es un signo de alarma llegar al 2021 sin un líder (o un trinomio como ocurrió en 2015) que los reúna. Aunque estemos en un sistema de coaliciones, el bipartidismo sigue implícito en la política argentina: peronismo o “no peronismo”.

Argentina es un país que protesta por todo. A veces, uno se cansa de ver tantas manifestaciones y tanto alboroto. Otras veces, se entiende que es la única manera de visibilizar los errores de la política. Lo difícil es convivir con la enfermiza la cuestión de la grieta y pareciera que nada se discute sin el fanatismo puesto en primer lugar. Los ciudadanos tienen el derecho a reclamar lo que creen inconveniente y el oficialismo tiene el derecho a no coincidir con el reclamo. Pero no pareciera ser un buen camino enfrentarse. Suena cada vez mas utópica la idea del diálogo y los consensos en Argentina, cuando la discusión política está tan cargada de acusaciones, ideas obsoletas y perjuicios dialécticos.

¿Quién liderará la oposición? ¿Cómo quedará el liderazgo de Fernández luego de estos meses tan intensos? La del lunes fue una marcha que claramente cuestionó al oficialismo con un marcado tinte opositor a sus políticas. Pero, implícitamente, le recordó a la oposición que el mensaje es para ellos también. La ciudadanía argentina naturalizó la idea de trasladar su descontento en redes sociales hacia las calles, porque no ven que haya líderes como los de otro tiempo en nuestro país. Ni siquiera Cristina Fernández, la última figura política de peso en Argentina, puede decir que sostenga por si sola el 48% obtenido en las últimas elecciones. Sin la jugada de aliarse con Alberto Fernández, posiblemente no hubiera superado el 40%. En la oposición, esta es una discusión determinante, no solo para el presente sino fundamentalmente para su futuro. Nadie tiene los votos comprados y a la política se le hace cada vez más difícil erigir líderes que se ganen el prestigio de toda la sociedad.


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